Reseña de El Cuaderno de Maya de Isabel Allende

Reseña de El Cuaderno de Maya de Isabel Allende

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Hay libros que uno lee porque no tiene más remedio, porque un amigo se lo pone en la mano y le dice, “Toma, te lo tienes que leer porque esta buenísimo y no lo vas a poder dejar”. Hay otros


que uno lee porque encierran una lección y nos iluminan el camino en momentos oscuros o difíciles de nuestras vidas.


El más reciente libro de Isabel Allende, El Cuaderno de Maya (Vintage Español, 2011) , tiene un poco de los dos: no se puede dejar y hay que leerlo, aunque nos duela. Los fanáticos de


Allende lo encontrarán muy distinto a los otros libros de la escritora chilena, pero igualmente irresistible. Es, además, un libro útil, especialmente para los que tengan hijos o nietos


adolescentes cerca o en casa.


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La trama ocurre entre Estados Unidos —California y Las Vegas— y una isla remota de Chile, llamada Chiloé. Los personajes principales son Maya Vidal, una joven de 19 años, triste y perdida, y


sus abuelos: la abuela chilena, luchadora y supersticiosa, a quien Maya llama Nini, y el abuelo Popo, muerto pero muy presente en las páginas del libro.


De Maya, Allende ha dicho que ha sido el personaje que más la ha hecho sufrir. “En algunas escenas le habría dado unas cachetadas para hacerla entrar en razón, y en otras la habría envuelto


en un apretado abrazo para protegerla del mundo y de su propio corazón atolondrado.”


Así también me sentí yo: frustrada de no poder ayudar a esta joven que cae en el mundo de las drogas y la prostitución tan fácilmente como otros muchachos, a su edad, descubren la pasión por


la actuación, el cine francés, o el amor.


No voy a narrar las aventuras y desventuras de Maya para no arruinar las sorpresas del libro. Basta decir que su madre la abandonó al nacer y su padre, piloto, se pasaba la vida en el aire.


Maya se crió con sus abuelos: Popo, que la peinaba y aplaudía sus poemas épicos; Nini, que la empujó hacia la lectura y no soportaba la mala ortografía. Fue Popo el que la enseñó a bailar y


 le compró un piano; por ella abandonó el béisbol y se hizo fanático del fútbol femenino. En una ocasión, le regaló un afiche firmado por Pelé.