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Cuando mi madre tenía 83 años, me preocupaba por la forma en que usaba (o más bien, usaba incorrectamente) su pastillero. Se lo preparaba todos los domingos por la noche y ponía
cuidadosamente las pilas de pastillas de diferentes colores y tamaños en los compartimientos apropiados para cada día. Pero regresaba a finales de la semana para darme cuenta a menudo de que
se había tomado las pastillas de los compartimientos que no eran. Me preocupaba que no estuviera tomándose los medicamentos necesarios para la hipertensión, la demencia leve y el dolor. Aún
peor, me preocupaba que a veces estuviera tomando demasiado medicamento y presentara efectos adversos. Debió haber sido obvio que mi madre ya no podía tomarse las pastillas por sí sola de
forma segura y, sin embargo, dudé por meses si debía encargarme completamente de esta tarea. En mi mente, ella todavía era la mujer más organizada y compulsiva que había conocido. En sus
años laborales, había sido profesora, contadora, agente de seguros y presidenta de la junta directiva de un condominio (la “reina del condominio”, como la llamábamos en broma). ¿Se pondría
brava conmigo si le daba la medicina en la boca como si fuera una niña malcriada? Cuando finalmente me decidí y le dije que de ese momento en adelante, yo o alguien más le daría las
pastillas correctas (y luego se aseguraría de que se las tomara), respingó, pero a duras penas protestó. Me preocupé menos por haber garantizado su seguridad, pero me sentí culpable por
haberle herido el orgullo. Pocos hijos adultos disfrutan tomar el control, ya que requiere más trabajo práctico y fortaleza emocional. Nadie quiere ser el usurpador con ansias de poder de la
dignidad de sus padres mayores. En consecuencia, muchos de nosotros observamos y esperamos (y esperamos y seguimos esperando). Pero en la medida en que nuestros padres se deterioran física
o cognitivamente, sentimos miedo constante de errores con los medicamentos, caídas frecuentes, falta de higiene, mala administración de las finanzas, conducción errática y otras amenazas
para su bienestar. Finalmente, no es cuestión de si necesitan más ayuda, sino de qué tipo y cuándo. Lo más importante es encontrar el momento adecuado. Si actuamos demasiado pronto, corremos
el riesgo de tratar a nuestros padres como niños y de fomentar una dependencia inconforme. Si actuamos demasiado tarde, corremos el riesgo de que se presente algún evento catastrófico que
se pudo haber evitado. A continuación, se ofrecen algunas ideas para encontrar el equilibrio adecuado. LA SEGURIDAD ES PRIMORDIAL, PERO NO SIEMPRE DEFINITIVA Como señala el médico y autor
Atul Gawande en su libro de gran éxito en ventas _Ser mortal_, es fundamental mantener la seguridad de nuestros padres, pero no debe negar otros aspectos que deben tenerse en cuenta, como
sus preferencias y su necesidad de independencia antes de cubrirlos en plástico de burbuja y ponerlos bajo supervisión las 24 horas. Muchos de nosotros sopesamos los riesgos y los beneficios
de alguna actividad dada. Si mi madre todavía quiere cocinar, nos preguntamos si puede usar el horno de manera segura, tal vez con un poco de ayuda. Si quiere ir al baño sola, entonces nos
preguntamos si puede manejar físicamente la silla del inodoro y las barras para sostenerse. Tomamos precauciones razonables, pero también estamos preparados para tolerar un cierto grado de
riesgo.