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El juego compulsivo está asociado a una gama de problemas de salud graves, como obesidad, enfermedad cardíaca, problemas intestinales, fibromialgia, migraña, depresión, insomnio y otros
trastornos relacionados con el estrés. Los jugadores compulsivos también son más propensos que otras personas a terminar en salas de emergencia, lo que refleja su mala salud y un estilo de
vida caótico. Entretenimiento Paramount+ 10% de descuento en cualquier plan de Paramount+ See more Entretenimiento offers > “Cuanto peor es este trastorno, peores son las enfermedades
crónicas que solemos ver”, dice el profesor de Psiquiatría de University of Iowa, Donald M. Black, M.D., uno de los especialistas en juego compulsivo más destacados del país. En el 2013, por
primera vez, la American Psychiatric Association (Asociación Estadounidense de Psiquiatría) aceptó oficialmente que el juego compulsivo era una adicción (más que un trastorno de
personalidad), reconociendo que comparte muchas características con el alcoholismo y la adicción a las drogas. Según un estudio llevado a cabo recientemente, un alarmante 32% de los
jugadores compulsivos informaron que habían considerado el suicidio dentro de los últimos 12 meses. La industria del juego de nuestro país, que mueve $40,000 millones ($40 billion) al año,
apunta agresivamente a los clientes de mayor edad, ya que ellos acumulan riqueza y son especialmente vulnerables, según los expertos, a apostar más de lo que tienen. Los alicientes van desde
viajes gratis en autobús, comidas e incluso tarjetas de descuentos para medicamentos recetados, hasta alojamiento sin cargo en hoteles, por no mencionar los aviones privados que se envían
para trasladar a grandes jugadores como O'Connor. “Una de las lecciones del caso de Maureen O'Connor”, explica Philip Halpern, el fiscal general adjunto que la procesó, “es que
demuestra hasta dónde llegan los casinos para tentar a sus clientes importantes”. Los promotores de la industria del juego también saben que la edad avanzada y el deterioro cognitivo que a
veces la acompaña, pueden reducir la aversión al riesgo en la persona. “Con la edad, puede darse una reducción de la actividad de partes del cerebro que tienen que ver con la toma de
decisiones, en relación con la función ejecutiva”, sostiene Grant. “Si tienes un déficit debido a la edad, el juego puede tornarse más riesgoso para ti”. Las personas mayores con demencia
están especialmente expuestas porque son incapaces de reconocer sus limitaciones o de tomar decisiones acertadas. Y los agonistas de la dopamina, un tipo de medicamento recetado para tratar
síntomas de la enfermedad de Parkinson y el síndrome de las piernas inquietas, parecen estar vinculados con el juego compulsivo como un efecto secundario, según Marc Potenza, M.D., un
profesor de Psiquiatría de Yale University que estudia la adicción al juego. Los psicólogos también sospechan que la gente es más propensa a meterse en problemas si se vuelcan al juego por
motivos equivocados: para escapar de la soledad, depresión o incluso del dolor crónico. “Para muchas de las personas de edad avanzada que vemos, nunca fue un problema de dinero”, dice Gordon
Greco, de 62 años, un jugador compulsivo durante casi toda su vida, que ahora trabaja como consejero para el Problem Gambling Center en Las Vegas. “Van al casino para escapar de sus penas,
de la soledad, el aislamiento o la tristeza. Y cuando empiezan a perder dinero, se encuentran con problemas y penas aun más grandes”. Las máquinas tragamonedas de video, ahora permitidas en
más de 40 estados, son, por mucho, las favoritas entre las personas de edad que acostumbran ir al casino, dice Hunter. Y eso los coloca en un riesgo aun mayor. Si bien cualquier tipo de
juego de azar puede tornarse adictivo, las máquinas tragamonedas de video (tanto las clásicas como las de póker) son las más tentadoras, porque ofrecen el mayor escape, según los expertos.
“Las máquinas tragamonedas son, realmente, la cocaína del juego compulsivo”, señala Lia Nower, directora del Center for Gambling Studies de Rutgers University en Nueva Jersey.