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Muchas personas pueden recordar que las llamaban por el nombre equivocado cuando eran niños, a menudo por una madre agotada que repetía los nombres de todos los hijos —y hasta el del perro
de la casa—, hasta finalmente dar con el nombre que quería decir en primer lugar. Como adultos, las personas a menudo repiten los mismos errores, llamando a un hijo o nieto por el nombre de
otro. ¿Esto significa que estamos perdiendo la mente? De ninguna manera. "Es completamente normal confundir nombres, especialmente dentro de categorías de nombres relacionados",
como los nombres de los niños, dice Neil Mulligan, profesor de Psicología y Neurociencia en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. En un estudio (en inglés) dirigido por
Samantha Deffler, profesora asociada de Psicología en el York College de Pensilvania, y sus colegas, los investigadores encontraron que aproximadamente la mitad de los estudiantes
universitarios entrevistados informaron que alguien conocido los había llamado con un nombre equivocado. En el 95% de esos casos, el error en el nombre fue hecho por un miembro de la
familia. Los padres y abuelos no son los únicos que cometen errores. En el estudio, el 38% de los estudiantes también informaron haber llamado a una persona conocida por el nombre
equivocado, la mayoría de las veces, a un miembro de la familia. No tienes que ser un científico para notar un patrón aquí. Cuando llamamos a alguien por el nombre equivocado, normalmente
usamos el nombre de una persona similar o relacionada, como un familiar o amigo cercano. Eso es porque "el cerebro almacena información en redes" de términos relacionados, dice la
Dra. Judith Heidebrink, profesora de investigaciones de la enfermedad de Alzheimer y de Neurología, y codirectora de división del programa de Trastornos Cognitivos en la Facultad de Medicina
de la Universidad de Míchigan. "Es mucho más probable que sustituyas nombres que suenan similares o que están vinculados de la manera más fuerte a una categoría", dice Heidebrink.
El estudio de Deffler descubrió otros patrones sobre nuestros errores verbales. Por ejemplo, las personas que cometen los errores casi siempre son mayores que las personas a las que nombran
incorrectamente, que tienden a ser personas a las que los hablantes ven con frecuencia. Las mujeres tenían un poco más de probabilidad que los hombres de confundir nombres, así como de
informar que sus propios nombres se confundían.