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Cuando mi hija Michelle vino a casa en la Navidad del 2016, me dijo que le preocupaba mi estado de salud. Por aquel entonces, yo tenía 70 años, pesaba casi 200 libras (con una altura de tan
solo 5 pies y 3 pulgadas) y tomaba medicamentos para la presión arterial, el colesterol y el reflujo ácido. Me habían hecho un reemplazo de rodilla unos años antes, pero no me había
recuperado del todo: aún descansaba en cada peldaño al subir las escaleras. La presión arterial me estaba subiendo, y el médico me amenazó con aumentarme la dosis de medicación. Odiaba mi
estilo de vida. Cortesía de JOAN MACDONALD Michelle es entrenadora personal en México y me desafió a que me entrenara con ella a distancia. Fue una propuesta estratégica: mi hija sabe que
nunca digo que no a un reto, así que acepté a empezar a entrenarme en enero. Me incluyó en un grupo con otras mujeres que estaban aprendiendo a levantar pesas y a seguir una dieta más
equilibrada... y funcionó. Perdí 40 libras en seis meses. Luego Michelle tuvo otra idea: me dijo que me hiciera una cuenta de Instagram. Yo soy un poco reservada por naturaleza, y ella
pensaba que me haría bien salir de mi zona de confort. Le dije que sí. Al principio no me seguía mucha gente, pero a medida que iba publicando sobre actividad física y seguía perdiendo peso
y ganando fuerza, mi cuenta acumuló más y más seguidores. Ahora tengo más de 900,000. Perdí un total de casi 70 libras y gané fuerza, salud y felicidad. Ah, también dejé la medicación. Todos
los días interactúo con personas a quienes inspiré con la historia de cómo cambié mi vida. Ahora me llaman "influenciadora". Cuando me uní a la plataforma, ni siquiera sabía lo
que era una influenciadora. La gente a veces me dice: "Tienes suerte de tener una hija entrenadora". Y es cierto, ¡pero quien hizo el trabajo fui yo! Muchas personas me cuentan que
lograron reducir o dejar la medicación por completo con la dieta y el ejercicio, y no todas tienen una hija entrenadora. Simplemente tienen la disciplina del esfuerzo.