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«Que sí, que sí, que está todo el mundo ahí porque viene Leire Díez, lo acabo de oír en la Ser». La frase de una veinteañera a su novio, mientras ambos esperaban el semáforo en rojo del
cruce entre Ferraz y Buen Suceso, para ... subir hacia Princesa, sintetizaba mejor que muchos titulares periodísticos lo que este martes ocurrió en ese lugar tantas veces teatro de
operaciones de la política española. Esta vez NO FUE UN COMITÉ FEDERAL A CARA DE PERRO O UNA NOCHE ELECTORAL. O aquella vez que cierta Verónica Pérez, dirigente partidaria de Susana Díaz de
quien nadie se acuerda hoy, proclamó para pasmo de los informadores aquello tan célebre de: «Yo soy la máxima autoridad». Leire Díez acaparó todo el enjambre de cámaras de televisión,
fotógrafos y reporteros de las grandes ocasiones. No se sabía a qué hora exacta iba a llegar. Y APARECIÓ A LAS 16.25 HORAS en un Uber negro, a través de cuyos cristales la avistaron los más
avezados de los cámaras. Salió con un traje rojo del mismo color que sus labios pintados, con gafas de sol y con un amplio bolso de verano que no pasó inadvertido. En él sobresalía un pico
que hacía imposible no advertir dentro un gran carpeta. Y dentro muchos documentos y papeles, y en ellos... Tras saludar con amabilidad a los informadores y dar las gracias a quienes le
habían escrito, todo sin detenerse, entró por la misma puerta que había franqueado muchas otras veces, aunque sin atisbo de la misma expectación. Algo más de dos horas después, ante el mismo
enjambre de cámaras, y esta vez ante varios transeúntes que la imprecaban con gritos de «SOIS UNA MAFIA», repitió el mismo breve camino, pero no de un vehículo a la puerta, sino de la
puerta del 70 de Ferraz, la que un día fue casa del fundador del socialismo español y de la UGT, Pablo Iglesias Posse, hasta el taxi en el que se marchó. Puede que el cambio en el tipo de
servicio se debiera a que el coche de ida lo contrató ella misma y el de vuelta se lo pidiera Ferraz. A través de los cristales de las puertas correderas de la entrada principal, el único
agujero por el que los periodistas podían asomarse a los que sucedía dentro, se veía a los habituales empleados del partido, y en varias ocasiones al director de comunicación, Ion Antolín,
que iba y venía. LA SALIDA Poco antes de su salida, la propia Leire Díez, ya casi una organización en ella misma, tiró de lista de difusión para comunicar a la prensa por mensaje que ya
acababa todo, que saldría sin detenerse a hacer declaraciones pero que, primera novedad de la tarde, COMPARECERÍA ESTE MIÉRCOLES EN UNA RUEDA DE PRENSA. El sitio, el céntrico Novotel de la
calle O'Donell. El mismo lugar, no tardaron en recordar los más veteranos de entre los periodistas que siguen la información del PSOE, en el que tuvieron lugar alguno de aquellos tensos
comités federales de antaño. Pura casualidad. Tras introducirse no sin dificultad en el taxi, en una escena en la que el enjambre de cámaras y micros ocupó buena parte de la calzada, su
rumbo se perdió camino de Moncloa. El barrio. Pero todavía quedaba por llegar la verdadera noticia de la tarde, después de dos horas de entrevista, diálogo o interrogatorio, según gustos,
del equipo de abogados del PSOE. EL PARTIDO, A TRAVÉS DE UN ESCUETO COMUNICADO, INFORMABA DE QUE ELLA MISMA HABÍA COMUNICADO SU BAJA VOLUNTARIA. Atrás quedaban ocho días de crisis, que
posiblemente seguirán hoy con la rueda de prensa de marras. Y las conversaciones de la calle ya no versaban solo sobre ella, aunque también, sino sobre la selectividad u otros asuntos
menores. «Como pasen a la oposición, esto puede volver a ser así muchos más días», advertía socarrón otro veterano de las coberturas en Ferraz. Una manera de decir: hasta la próxima.