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30/05/2025 a las 22:21h. Esta funcionalidad es sólo para suscriptores Suscribete AYER, mi buen amigo David, casi un hermano de sangre con el que llevo compartiendo la vida desde aquella
guardería de Alfonsita de la calle Escoberos, cumplió 40 años. Esto, para que ustedes lo entiendan, significa que a mí me quedan cuatro meses para alcanzar ... la misma edad. A partir del 1
de septiembre todos los que me conocen –y los que no– podrán empezar a llamarme «cuarentón» con toda la razón del mundo. Vamos, que seguramente esté llegando al ecuador de mi vida y eso me
produce un vértigo terrible por pensar que esto está pasando más rápido de la cuenta y que aquel niño espigado y rechoncho que soñaba con contar cosas al resto está cada vez más lejos en las
páginas de mi memoria. Sí, es ley de vida, lo asumo. Y cuando éramos adolescentes tenía hasta su gracia esto de que mi colega probara primero una edad para que yo la fuera asumiendo. Ahora
ya me motiva menos, porque les reconozco que cuesta un mundo asumir que a los que nacimos en el 85 nos caen este año, así como si nada, cuarenta castañas como cuarenta soles. Dicen los
modernitos, esos que encuentran una salida honrosa para casi todo, que los cuarenta son los nuevos treinta. O sea, que el cambio de década nos hará volver a la buena vida, a esa época en que
no fallan las fuerzas y los planes del viernes por la noche eran salir a beberse las calles y no, como ahora, ponerse una película de Netflix y resistir, con algo de suerte, más allá de los
primeros quince minutos. Sí, creo que me estoy haciendo mayor irremediablemente y, lo peor de todo, es que el DNI está empezando a darme la razón en este sentido. Porque cuando uno cumple
años, las prioridades van cambiando con rotundidad. No hace mucho lo que me preocupaba era salir prontito del trabajo para echarme a la calle a lo que se terciara; ahora cuando salgo de la
Cartuja mi plan es ir a hacer la compra en el súper por aprovechar las ofertas. Recuerdo también esos fines de semana que me acostaba sin despertador y era capaz de estar en la cama como
mínimo hasta las doce del mediodía; ahora no hay un día en que abra los ojos más tarde de las ocho. ¿Y lo que me gusta una mesa de camilla para el invierno? Menudo gustazo de señor mayor.
Cuando era niño veía los cuarenta como algo lejanísimo y a mis padres como dos personas relativamente mayores cuando los cumplieron. La vida ha cambiado tanto que ahora llegamos a esa edad
con muchas cosas pendientes. Hay quien sigue buscando trabajo, o al menos algo mejor. También quienes empiezan a plantearse tener hijos o comprar una vivienda, porque antes es imposible. No
queda otra salida que adaptarnos a lo que hay y asumir que la sociedad ha cambiado por completo. Pero los años no pasan en balde y con cuarenta se llega a lo que se llega. Hablo de oídas,
que yo todavía tengo 39 y no pienso correr. Ya me contarás, amigo David, cómo es eso de cambiar de década. LÍMITE DE SESIONES ALCANZADAS * El acceso al contenido Premium está abierto por
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