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Domingo, 9 de febrero 2020, 01:47 Comenta Compartir Lo peor que le puede pasar a un ser arborícola es que le quiten los árboles. Hace 10 millones de años las caprichosas fuerzas telúricas
pusieron contra las cuerdas a nuestros antepasados. La aparición del Valle del Rift bloqueó la entrada de nubes cargadas de lluvia desde el Índico y la parte oriental de la exuberante selva
africana comenzó su transición hacia una sabana con alguna acacia mal repartida. De hecho, ese ecosistema llevaba millones de años desarrollándose en las latitudes próximas a nuestra selva,
es decir, que existía todo un listado de animales con millones de años de ventaja evolutiva para ocupar esos nuevos territorios. Nuestros antepasados estaban destinados a la extinción... o
eso parecía. Desde luego pintaban bastos en esas nuevas condiciones, ya que siempre existía un bicho que era mucho mejor que tú a la hora de correr, oler, oír, atacar, morder… ¿TENÍAMOS
ALGUNA POSIBILIDAD? Pero ante la necesidad había que reinventarse. Los prehomínidos no pasaban por su mejor momento en un ecosistema que no era el suyo y rodeados de animales mucho mejor
adaptados. Sus mediocres cualidades parecían su condena en un lugar como la sabana africana, pero igual una no era tan mediocre. Estos antiguos primates llevaban millones de años de
convivencia comunitaria y pocas cosas avivan más el cerebro que el desarrollo de las complejas interacciones que se establecen entre los individuos que comparten existencia. Así que nuestra
capacidad craneal era un poco mejor que el resto, tampoco nada desorbitado, pero sí una pequeña esperanza donde agarrarse. Así que a partir de ese momento la evolución favoreció a aquellos
individuos que de forma natural nacían con mayor facultad para memorizar, imaginar o trasgredir. Era lo que nos diferenciaba del resto y representaba la única posibilidad de pervivencia. La
evolución fue muy lenta, plagada de continuos retos, pero poco a poco los sujetos con más posibilidad de establecer relaciones complejas con sus compañeros, de planificar o de utilizar el
medio a su favor fueron perpetuándose y transfiriendo esas habilidades a sus descendientes. En pocas palabras: nos fuimos haciendo cabezones. Pasamos de los 450 mm³ del humilde
australopithecus hasta los soberbios 1500 mm³ de Sapiens. No está mal. Algo así como cambiar un sencillo utilitario por un Ferrari de última generación, pero el Ferrari hay que mantenerlo.
COSTEAR EL FERRARI Pero te compras un cochazo y en un primer momento no eres consciente de lo que cuesta su mantenimiento. Seguro, combustible, por no hablar de las reparaciones con piezas
originales... un dineral. El cerebro humano con tan solo el 2-3 % de nuestro peso corporal necesita en torno al 20% del oxígeno y cerca del 50 % de la glucosa. De toda la energía que
producimos, el 20% se la lleva esta exigente masa neuronal y eso ha condicionado en gran medida nuestra ingesta calórica. Pero no es solo cantidad, sino calidad. El 70 % del cerebro es grasa
y dentro de esa grasa tiene un papel fundamental los ácidos grasos omega 3, concretamente el DHA (ácido docosahexaenóico). Este ácido graso es esencial: nuestro metabolismo no es capaz de
fabricarlo y debemos tomarlo, necesariamente, en nuestra dieta. Son numerosos los estudios que relacionan el correcto desarrollo cerebral con adecuados niveles de DHA tanto en nuestra dieta
como en la que consumió nuestra madre en el desarrollo fetal que nos precedió. Es más, un reciente estudio publicado en la revista 'Neurology' afirma que las personas que consumen
más cantidad de ácidos grasos omega-3 tienen volúmenes cerebrales superiores, algo que en la vejez equivale a preservar entre uno y dos años nuestra salud cerebral. CANIBALISMO COMO SOLUCIÓN
El DHA no se encuentra en todos los alimentos, aunque es especialmente abundante en el pescado azul: sardina, salmón o atún. El pescado blanco lo contiene en menor proporción, pero también
es destacable su concentración en especies como el bacalao, la merluza o el lenguado. Otras fuentes son de origen vegetal: los frutos secos como almendras, castañas y en especial las nueces
son ricas en omega-3, al igual que algunos aceites de origen vegetal como los de linaza y oliva. Pero esta variada combinación de alimentos no siempre estuvo a disposición de nuestros
antepasados. Hace unos 40.000 años nos encontrábamos en mitad de una de las numerosas pulsiones glaciares que han atenazado al planeta durante el cuaternario. Los inviernos de diez meses
dificultaban enormemente el acceso a determinados alimentos, en concreto, las cantidades necesarias de omega 3 solo estarían garantizadas durante el corto periodo estival. El sostén en el
duro invierno dependería de varias especies de animales como el uro, el ciervo, el reno, el bisonte o el caballo. En especial, el reno que es de las carnes con menor contenido de DHA que
existen. Esto debió de suponer una presión enorme, puesto que el déficit de este ácido graso produce alteraciones de la funcionalidad de la membrana en las neuronas y esta modificación
supone la aparición de disfuncionalidades como depresión, agresividad, esquizofrenia y otras patologías mentales y neurodegenerativas. El investigador de la Universidad de Almería José Luis
Guil-Guerrero revela en una reciente publicación cómo los antiguos europeos consiguieron sobrevivir a la transición del Paleolítico Medio al Superior. Esa supervivencia dependió de un
canibalismo que complementaría nuestros déficits. No parece una estrategia dietética especialmente estimulante, pero el instinto de supervivencia se antepone a cualquier otra consideración
ética. Afortunadamente el tiempo cambió hace unos 12.000 años y la costumbre de comerse al vecino dejo de estar de moda. Aunque recordemos que las modas son cíclicas, al igual que los
periodos glaciares por no hablar del cambio climático que se está desarrollando en la actualidad y cuyas consecuencias son imposibles de prever. Ya claro, el cambio actual es hacia una mayor
temperatura, por lo que lo sucedido en la última glaciación no es previsible. Bueno, no tan rápido, porque se acaba de publicar un estudio por la 'Journal of Archaeological
Science' que justo apunta en esa dirección Así que parece que el canibalismo ha sido algo más que una excepcionalidad en nuestra historia evolutiva y todo un recurso cuando las cosas se
ponen feas. Más artículos Comenta Reporta un error