Diez mapas y gráficos para entender la brecha de género - mapas de el orden mundial - eom

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8 marzo, 2022 Esta funcionalidad está reservada a suscriptores. Esta funcionalidad está reservada a suscriptores, por solo 5€ al mes puedes suscribirte.Guardar mapa PLEASE LOGIN TO BOOKMARK


Cada 8 de marzo desde 1975 se celebra el Día Internacional de la Mujer, una reivindicación que pone el foco en la desigualdad que padecen las mujeres en multitud de aspectos de la vida,


abarcando el plano político, económico, social o cultural. Estas diferencias, medidas con distintos indicadores, es lo que se conoce como brecha de género. El Foro Económico Global (WEF, por


sus siglas en inglés) elabora cada año el _Global Gender Gap Report_, un informe orientado a medir y analizar esa brecha de género a nivel mundial. Los resultados no pueden reflejar mejor


la desigualdad existente a escala mundial: mientras que Europa occidental, el sur de África o países como Colombia, México o Canadá mantienen unos estándares aceptables, el resto del planeta


continúa padeciendo enormes desigualdades de género, con especial atención al África subsahariana y Oriente Próximo. Por el medio quedan países económicamente muy desarrollados, como


Estados Unidos, pero que carecen de estándares similares en cuanto a esta brecha, una situación que se ha visto reflejada en la lucha por el aborto o los muchos casos de acoso que han


surgido en su industria cinematográfica. Dentro de las economías avanzadas, el llamado techo de cristal es uno de los grandes problemas existentes. Este término viene a resumir una serie de


circunstancias, factores y condicionantes que limitan el ascenso profesional de las mujeres de forma poco perceptible —de ahí que sea de cristal—. Sin embargo, sí existen datos que permiten


ver la existencia de este techo, como el porcentaje de empleados hombres y mujeres que son jefes en sus respectivos trabajos. Dentro de los países de la OCDE, incluso en aquellos que mejor


puntúan en el mencionado informe sobre la brecha de género, es bastante habitual que por cada jefa al mando existan dos, tres o incluso cuatro jefes en proporción. Aunque sea evidente que


existen muchos factores explicativos de esta situación, uno de los más importantes es el rol laboral que se le asigna a muchas mujeres, a menudo asociados a mitos machistas relacionados con


una supuesta incapacidad femenina de liderar u organizar equipos grandes. Los efectos de esta situación a escala mundial son claro: solamente en un país del mundo de los más de 190 que


tienen asiento en la ONU existen más mujeres que hombres ocupando puestos gerenciales o directivos. En el resto, el porcentaje femenino se sitúa por debajo del masculino. Con todo, no es


casual que algunos de los países mejor posicionados en este aspecto estén estrechamente relacionados con aquellos que mejor puntúan en la brecha de género en sus contextos regionales, caso


de Islandia en Europa o Namibia en África, como también ocurre con muchos países que hace unas décadas formaban parte del bloque comunista asociado a la URSS —como Letonia, Polonia,


Bulgaria, Rusia o Lituania—. Si en el aspecto asalariado o directivo las mujeres no están en una situación demasiado buena, como emprendedoras la situación tampoco es mejor. En una cantidad


considerable de economías el número de hombres que son propietarios de su compañía es superior al de mujeres, una desproporción que aumenta conforme el país pasa de avanzado a emergente.


Pero si dejamos las empresas de lado y nos vamos al trabajo por cuenta propia, aunque la situación queda algo más nivelada —salvo la excepción de México— en todos los países continúa


habiendo menos trabajadoras autónomas que su contraparte masculina. Si las mujeres no son jefas, tampoco empresarias y tampoco trabajadoras autónomas, solo quedan unas pocas salidas


posibles: el trabajo informal, el desempleo o la inactividad. Y todo ello acaba convergiendo en otro término con cada vez mayor predicamento: el de la brecha salarial, por la cual el


conjunto de las mujeres, en general y por distintas razones, tiene menos ingresos que el conjunto de los hombres. Y es que además el mercado laboral femenino tiene algunas particularidades.


No es extraño, por ejemplo, que en muchos países la gran mayoría del personal docente sean mujeres. Dentro de la OCDE la única excepción se encuentra en Japón, un Estado que tiene serios


problemas en cuanto a la inserción laboral de la mujer. Sin embargo, lo habitual es que el 60%, 70% e incluso más del 80% del profesorado sean mujeres, un factor que enlaza con el


tradicional papel de cuidados que se les ha asignado social y culturalmente en muchos contextos. Porque otro factor que impacta de lleno en la inserción laboral de la mujer y la brecha


salarial es la maternidad. Está ampliamente estudiado que, tras el primer hijo, la carrera laboral —y salarial— de las mujeres se estanca, por lo que muchas optan por no tener hijos o por


retrasar su maternidad hasta alcanzar una situación laboral más estable y consolidada. Porque uno de los factores que más incidencia tiene en esta cuestión no es tanto el embarazo como tal


—que también—, sino las largas bajas maternales sin un apoyo por parte del otro progenitor. Así, los esfuerzos durante los últimos tiempos han ido orientados a equiparar las dos bajas para


que los hombres se hagan cargo en igual medida del recién nacido durante sus primeros meses de vida. A pesar de todas estas medidas orientadas a encontrar un equilibrio entre la


empleabilidad de las mujeres y la maternidad, los resultados en muchos lugares no son buenos en términos demográficos: países como Japón, Corea del Sur o muchos del continente europeo se


encuentran claramente por debajo de la tasa de reemplazo generacional de 2,1 hijos por mujer, por lo que su crecimiento demográfico se debe principalmente a la inmigración, y existe un serio


riesgo de que en pocas décadas comiencen a perder población si el ratio no mejora. La brecha de género también tiene una cara política, y la región latinoamericana es una de las que mayor


desigualdad presenta en este aspecto, sobre todo si nos fijamos en el aborto. Apenas cinco países —seis, si contamos la Guayana francesa— han legalizado el aborto hasta ciertos límites


temporales similares a los que pueden existir en Europa, pero la mayoría de países mantienen fuertes restricciones. Incluso en cinco países latinoamericanos el aborto para las mujeres está


absolutamente prohibido y fuertemente penado, lo que da pie a serios problemas de índole social si lo unimos a factores como la pobreza o la desigualdad económica. Precisamente la pobreza y


la desigualdad son dos variables importantes que empujan a la gente a salir de su país. Y dentro de este fenómeno migratorio, la trata de personas también es una realidad, de las cuales casi


el 75% son mujeres —sean adultas o niñas—. Muchas de ellas, da igual la región en la que nos fijemos, son explotadas, a menudo de forma sexual, para obtener ingresos para las mafias o para


pagar supuestas deudas derivadas de haber migrado a regiones como Norteamérica o Europa occidental. __Descargar mapa __ Creative Commons BY-NC-ND × Gracias por utilizar nuestro contenido.


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