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Hay a la entrada de mi casa, junto a la bastonera, un mueble a modo de taquillón con un pequeño recipiente para poner las llaves ... cuando llegas de la calle. El asunto es que, cuando voy a
salir, a veces no están allí. Entonces comienzo un vía crucis por toda la casa buscándolas, subiendo incluso a la mesita de noche, y nada. No aparecen hasta que por fin escucho la voz de mi
'santa' preguntándome: ¿No las tendrás otra vez en el bolsillo del pantalón? Y héteme aquí, en la ardua tarea de darle una vez más la razón. Las llevo encima. Suele ocurrirme
también con las gafas de tal manera que pongo la casa boca abajo buscándolas hasta que paso frente al espejo del salón y descubro con asombro horripilante que las llevo puestas. Esto es para
miccionar y no echar gota. No es infrecuente en mí que, al ponerme la camisa sin corbata, se me olvide abrochar los botones del vértice del cuello, de tal manera, que suelo salir a la calle
dispuesto a echar a volar sin darme cuenta hasta que alguien me advierte de que llevo bajo el cuello dos alas de gaviota. Y si de aparcar el coche en parking de varias plantas se trata,
hace ya tiempo que tuve que anotar en una libreta en la que me encuentro y el número de plaza porque, de lo contrario, más de una vez alguien me ha visto deambular de planta en planta
buscándolo. No sé si esto es normal en personas de mi edad o solamente en mí, pero el caso es que llevo mucho tiempo con estos despistes a los que me he acostumbrado sin saber si serán
síntomas de algo más grave o simplemente que ya tengo un pie aquí y el otro en el camposanto de San José. COSILLAS SIN IMPORTANCIA Eso de que se me pierdan los calcetines en la lavadora lo
tengo ya superado desde el día en que se me perdió uno poniéndomelos sentado en la cama. Después de buscar por todo el dormitorio, incluidos los bajos del tálamo, pude observar despavorido
que me había puesto uno encima del otro en el mismo pie. Éste al menos no se lo quedó la lavadora. Suelo salir por las mañanas a comprar el pan, el periódico, algo de fruta y alguna cosilla
que falte en la casa porque la compra grande de toda la semana nos la trae a casa un chico muy amable de parte de Juan Roig. Pues, a base de regresar echando en falta algo que debía traer,
ya he tomado la costumbre de llevarme las cosas apuntadas porque, de lo contrario, me toca volver a salir. Ya lo decía mi abuela: «¡A este niño hay que darle rabillos de pasas!». Por lo
visto son muy buenas para la memoria, pero por más que las pido en la frutería no hay forma de que me las vendan. Tal es el caso que me he vuelto un consumidor de toda clase de complementos
vitamínicos que anuncian en la tele y puedo decir al día de hoy que, por muchos botes que me tomo, lo mío es ya de una cronicidad asombrosa. Me doy por desahuciado por la ciencia. Conmigo
han tirado la toalla. ESCALERAS ARRIBA Y ABAJO Fui víctima de la moda hace casi 40 años y me compré una adosada con tres plantas. Para alejarme del ajetreo habitual de la casa, instalé mi
despacho donde escribo, leo y escucho música en la tercera planta. No sospechaba entonces que esa elección iba a ser la culpable de que mantenga unas piernas en plena forma pues, a base de
subirlas y bajarlas, no necesito ir al gimnasio para nada. Estoy en plena forma. ¿Saben por qué? Es sencillo. Cuando no se me olvida subirme el tabaco, se me olvida la pipa. Cuando no, el
encendedor. Ya ni les cuento cuando estoy solo y llama el repartidor de Amazon y tengo que ir tres pisos para abajo a recoger un paquete que ni siquiera es para mí sino para la vecina
contigua, que, como no está en casa, ha dicho al joven que sea tan amable y me lo deje a mí. Así que otra vez para arriba y a retomar este artículo en el que me confieso como una rara avis.
Porque todavía no les he contado cuando me sorprendo ante el frigorífico –yo que estaba viendo tranquilamente en el salón un documental de La 2– y me digo en voz alta: «¿A qué venía yo
aquí?» Créanme si les digo que hasta que no me vuelvo al salón y me siento ante la tele, no recuerdo que había ido al frigo a por un refresco para seguir viendo los delfines y su hábitat
natural. Así que qué quieren que les diga, que a veces pienso que estoy más 'pallá que pacá'. Lo llevo con solvencia, eso sí. Si ustedes me ven, no apreciarán nada extraño. Doy el
pego. Con decirles que a veces me pasa que paseo por la calle absorto en mis pensamientos, poniendo en orden ideas para comentarlas con ustedes, mis lectores, cada domingo y en alguna
ocasión casi me ha costado un disgusto porque me he cruzado con algún amigo al que no he saludado. Que nadie se lo tome a mal porque eso mismo me ha pasado con mi padre y hasta con alguno de
mis hijos. Así que, querido lector, si me ve por la calle no dude en acercarse y decirme quién soy, o en su defecto, avise al doctor Tomás Martínez Zaldívar. Él sabe de que va esto.