La cómoda mediocridad | ideal

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José Manuel Palma Segura Periodista y teólogo Martes, 29 de abril 2025, 23:24 Comenta Compartir ¿Es preferible ser aceptado o la soledad de la verdad? Y habrá quien diga ¿por qué la verdad


te condena al exilio social? Pues no debería ser así, ciertamente. Pero así sucede. Quizás porque de entre las propiedades de la verdad, la más temida sea su luz. De hecho, aporta


perspectiva y claridad sobre lo que se proyecta. Piensen, por ejemplo, en un folio en blanco. Nada más salir del paquete en el que se encuentra aprisionado lo cogemos entre los dedos con una


instintiva reverencia para no mancillar ese blanco inmaculado. Sin embargo, si acercamos el límpido pliego de papel a una bombilla, la luz que lo traspasa deja al descubierto todo un


abanico de imperfecciones e impurezas que lo conforman. ¡Vaya chasco! Pues algo similar sucede con el ser humano: prefiere la complicidad de las tinieblas a someterse al brillo de la verdad.


Así lo certifica san Juan cuando, al referirse a Cristo, dice: «El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre… Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 9-11). ¡Puf!,


resulta un poco frustrante zanjar el tema diciendo que somos malos por naturaleza y por eso buscamos la oscuridad como refugio. Puestos así, en nuestra defensa, también cabría el alegato de


que 'Alguien', con mayúscula, nos creó defectuosos. Y eso no puede ser. Más aún en ese tiempo de Pascua, en el que afirmamos que el Hijo de Dios ha dado su vida en rescate de la


nuestra. Analicemos, mejor, por qué seduce más el lado oscuro de la mentira que el sol de la verdad. Aquí puede ayudarnos lo que sucedió hace tiempo en un colegio de cuyo nombre no puedo


acordarme. Este centro educativo tenía entre su alumnado un estudiante brillante que destacaba en todas las materias académicas. Tal es así que, tras comunicárselo a la familia, la dirección


tomó la resolución de adelantarlo de curso. Toda una apuesta que, en principio, fue un acierto, pero que los acontecimientos posteriores truncaron, lamentablemente. Resulta que aquel niño


prodigio de 12 años comenzó a suspender una asignatura tras otra. Los profesores, consternados por los resultados, elevaron su preocupación al equipo directivo para que se tomase cartas en


el asunto. La dirección interrogó al muchacho por tierra, mar y aire. Hasta que, después de varias sesiones de jugar al ratón y al gato, el pequeño genio reconoció que sus nuevos compañeros


le dieron de lado al promocionar de curso y la soledad fue su única compañera de juegos en el recreo durante el primer trimestre. Algo que había mejorado bastante desde que suspendió el


boletín entero. Ya, era uno más. -Pero te estás haciendo daño a ti mismo-, le dijo el director. El chico se limitó a mirarle a los ojos y declaró: «Ya lo sé… Pero ahora estoy más calentito».


¡He ahí la clave! La mediocridad da una falsa sensación de cobijo. Es una jaula que se presenta como tu hogar, donde nadie puede hacerte daño, pero que, a su vez, te encarcela. Y esa es la


tesitura que tiene la Iglesia y cualquier cristiano hoy en día: ser fiel a la verdad de Cristo, aunque puedas quedarte solo; o bien, vivir al abrigo del 'bien queda'. Habrá que


tomar nota del grito revolucionario: «Prefiero morir de pie a vivir de rodillas». ¡Feliz Pascua de Resurrección! Comenta Reporta un error