La venganza de la naturaleza | ideal

La venganza de la naturaleza | ideal

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Con frecuencia, José Casinello, granadino de pro –como cabría decir sin caer en hipérbole– nos deleita con sus artículos en este periódico en los que ... trata numerosos temas políticos,


históricos, económicos, científicos y los analiza con una visión lúcida y rigurosa. Creo que no exagero si digo que Casinello es una de las personas más cultas de esta ciudad. Profesional


eficaz, lector infatigable, ama Granada y siempre está dispuesto a ponerla en valor, lo que es de agradecer. El pasado día 15 del mes de mayo, publicó, a mi juicio, uno de los mejores


artículos que ha escrito: 'La venganza de los dioses'. Hacía referencia al mito griego de Prometeo cuando robó el fuego de los dioses para dárselo a los hombres y cómo Zeus lo


castigó por tal atrevimiento. Añadía, que daba la impresión de que los dioses habían querido vengarse de los hombres al entregarle el gran poder que genera el desarrollo tecnológico, al


tiempo que impiden que controlemos su evolución. A continuación, analizaba uno de los dilemas más importantes de la humanidad: planteaba si hay posibilidad de controlar la inteligencia


artificial (IA) de forma que los beneficios y avances que puede aportar sean muy superiores a los daños y perjuicios que va a generar. Decía textualmente «que el hombre ilustrado del siglo


XXI, que parecía dominar la ciencia y el progreso y que había controlado a los cuatro Jinetes del Apocalipsis, se ve ahora amenazado por una evolución tecnológica, la inteligencia artificial


(IA), sobre la que surgen profundas dudas en cuanto a su control». Añadía dos reflexiones al respecto: si es posible controlar su desarrollo y, en el supuesto de que sea posible, quiénes


serán esos controladores. Citaba a una serie de intelectuales como Steven Pinker, Yuval Noah Harari, Daron Acemoglu y Simon Johanson, también a Henry Kissinger y Bertrand Russell. La mayoría


de estos autores se inclinan, de forma políticamente correcta, por creer que se puede controlar el progreso tecnológico. Por tanto, lo importante es saber qué tenemos que hacer para que


dependa de los humanos y no al revés. No todos, sin embargo, están de acuerdo. El más profundo de cuantos cita, con diferencia, es Bertrand Russell. De todos ellos hablaremos a continuación.


En relación con sus afirmaciones hay que decir que el hombre ilustrado del que habla Casinello nunca ha podido controlar a los Jinetes del Apocalipsis: Hambre, Epidemia, Peste y Muerte.


Puede haber controlado el primero, pero no los otros. Y al mismo tiempo se debe tener en cuenta que el problema de controlar el desarrollo científico y su evolución surgió a raíz de la


Primera Guerra Mundial en 1920. Desde entonces los humanos sabemos que el desarrollo científico-tecnológico, que era nuestro mayor aliado para mejorar nuestras vidas y superar el triste


destino que nos tenía preparada la Naturaleza, podía convertirse en nuestro principal enemigo, como así ha sucedido. Era fundamental potenciar las fuerzas creativas y reducir al máximo las


fuerzas destructivas. Pero no lo hicimos. Laura Spinney –en su libro 'El jinete pálido 1918: La epidemia que cambió el mundo'–, nos dice que la Primera Guerra Mundial mató el


romanticismo y la fe en el progreso dado que la ciencia posibilitó que se cometiera una matanza a escala industrial con la guerra y, a su vez, había fracasado a la hora de impedir la gran


epidemia de la mal llamada gripe española. Zweig Stefan –en su excelente libro 'El Mundo de ayer'–, que se publicó en 1942, poco después de suicidarse junto con su mujer en Brasil


ese mismo año, aterrados ambos ante la tragedia que habían vivido y decepcionados ante la maldad humana; dice: «Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante


cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, somos bastante más escépticos respecto a la posibilidad


de educar moralmente al hombre. Tuvimos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura y en nuestra civilización tan sólo una capa muy fina que en cualquier momento podía


ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno. Hemos tenido que acostumbrarnos poco a poco a vivir sin el suelo bajo nuestros pies, sin derechos, sin libertad, sin seguridad. Para


salvaguardar nuestra propia existencia, renegamos ya hace tiempo de la religión de nuestros padres, de su fe en un progreso rápido y duradero de la humanidad». Desgraciadamente, la gran


mayoría de los humanos recuperaron la fe en el vertiginoso desarrollo a cualquier precio. Así sembramos las semillas de destrucción que nos han llevado al caos actual. De la revolución


industrial que se inició en el silgo XVIII, la mayor que jamás ha existido en la historia, hemos pasado a la revolución digital que surgió a principios de este siglo y que se ha desbocado.


Hemos traspasado numerosas fronteras que nunca debimos cruzar. Continuará…