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Las TIC –Tecnologías de la Información y la Comunicación– y la inteligencia artificial –IA– han irrumpido con fuerza en muchos ámbitos significativos de nuestras vidas, ... entre otros, en
el de la educación. En esta línea, durante los días 15, 16 y 17 de mayo, se ha celebrando en Granada el Congreso Internacional de Innovación Educativa. En este foro, un grupo de expertos han
debatido cuestiones como la aplicación de las tecnologías en las aulas, su uso para analizar datos, la mejora de la aplicación iSéneca, cómo evaluar centros con estas herramientas o su
utilización responsable… entre otras. Estela Villalba, directora general de Innovación y Formación del Profesorado de la Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional, dejó
dicho: «Usemos los recursos tecnológicos para hacer una educación más humana que nos permita atender a la diversidad de nuestros niños». Pero ¡cuidado!, porque por muy potente e importante
que sea un recurso –y las TIC lo son–, nunca debe eclipsar la figura del docente desarrollando su tarea. Muy al contrario, los recursos siempre han de estar al servicio de su mensaje para
facilitarlo. Son los maestros y los profesores quienes humanizan la educación y no los recursos que utilizan. También, los especialistas intervinientes intentaron responder a esta pregunta:
¿Cuál es el futuro de la educación? Una cuestión compleja, aunque desde mi punto de vista ya en 1996 se aventuraron respuestas fundadas merced al pensamiento privilegiado de Jacques Delors.
Este gestor y político nació en París el 20 de julio de 1925, y desde su trabajo en el Banco de Francia llegó a ser ministro del Gobierno francés y diputado en el Parlamento Europeo. Fue
presidente de la Comisión Europea durante el decenio 1985-1995 desde donde sentó las bases del proyecto para Europa. Éste era su lema: «Hay personas que se conforman con protestar contra la
sociedad actual y otras que intentan cambiarla activamente; yo prefiero ser de las segundas». Delors, un hombre de acción. Entre las acciones que llevó a cabo desde la Comisión destacó la
referida a la educación, presidiendo y coordinando un grupo de expertos de diferentes países como Isao Amagi, Fay Chung, Karan Sing o Zhou Nanzhao. Su trabajo alumbró el profundo documento
«La educación encierra un tesoro», un informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI (1996). En él se plasmaron algunas de sus ideas: «El niño es el
futuro del hombre. Los sistemas educativos deben responder a los múltiples retos de la sociedad, siendo la escuela el espacio desde donde debe iniciarse la educación para una ciudadanía
consciente y activa. Y ello mediante la instrucción y unas prácticas adaptadas a la sociedad de la comunicación y la información. La educación constituye un instrumento indispensable para la
paz, la libertad y la justicia social. Su misión es hacer fructificar, sin excepción, todos los talentos y estar al servicio de un desarrollo humano mas armónico para hacer retroceder la
pobreza, la exclusión y las guerras. Ésta ha de estar integrada en la familia, la sociedad y la nación». Creo que después de veintinueve años el documento sigue estando de rabiosa
actualidad. El informe consideró que la educación a lo largo de la vida se sustenta en cuatro pilares: «Aprender a conocer», «Aprender a hacer», «Aprender a vivir juntos» y «Aprender a ser»,
advirtiendo que dichos pilares no se limitan a una etapa de la vida ni a un solo lugar. Cada persona durante toda su vida puede aprovechar al máximo un contexto educativo en constante
enriquecimiento. El «aprender a aprender» señala que los aprendizajes tienden menos a la adquisición de conocimientos que al dominio de los instrumentos mismos del saber. Se ha de ejercitar
el pensamiento de los niños primero por los padres y más tarde por los maestros. Este ejercicio deviene un proceso de adquisición del conocimiento que no concluye nunca. El «Aprender a
hacer» está dirigido a la Formación Profesional adaptando las enseñanzas al mercado de trabajo. Enfatiza que a los saberes hay que buscarle su utilidad y que se debe enseñar a los alumnos a
ponerlos en práctica para resolver las situaciones que se les presenten ejerciendo como trabajadores cualificados. También destaca la capacidad de éstos para comunicarse trabajando en equipo
con sus compañeros. «Aprender a vivir juntos» se fundamenta en el hecho de que la educación es un viaje interior para descubrirse a sí mismo y a los demás interactuando con ellos. De esta
manera se evitan los conflictos, y cuando aparecen, hay que solucionarlos de manera pacífica. Para ello hay que fomentar el conocimiento de los otros, de sus culturas y de su espiritualidad.
Y ello en centros donde conviven personas de diferentes etnias, procedencias y religiones. Enseñar desde la escuela el sentido de la no violencia ayuda a combatir los prejuicios que llevan
al enfrentamiento. Igualmente nos indica que una de las misiones de la educación es enseñar en la diversidad y contribuir a la concienciación de la interdependencia entre todos los seres
humanos. «Aprender a ser» hace hincapié en que el desarrollo de las personas es un proceso dialéctico que comienza por el conocimiento de uno mismo y se abre después al de los demás. Todas
ellas deben estar en condiciones de dotarse de un pensamiento autónomo y crítico y de elaborar un juicio propio. Alerta también de una deshumanización del mundo vinculada a la evolución
tecnológica; de ahí que ahora más que nunca la función esencial de la educación sea conferir a las personas la libertad de pensamiento, de juicio, de sentimientos y de imaginación.