Mustio Recesvinto | Ideal

Mustio Recesvinto | Ideal

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Aunque no lo reconoce, desde que se jubiló, Recesvinto no levanta cabeza. Anda desorientado y en busca de entretenimientos con los que llenar sus días. ... Ha hecho del chándal su


indumentaria habitual y cuando quedamos, sea laborable o festivo, va como de entrenamiento, con un conjunto deportivo que le cae como a un santo dos pistolas. Para mí que duerme con el


chándal puesto, y así acude a nuestra cita. Últimamente, Recesvinto me recuerda a uno de esos actores ya ajados que en tiempos fueron celebridades, uno de aquellos grandes a los que


Hollywood abandona cuando extravían el glamur o pierden la pegada interpretativa que un día les valió un Óscar. Sí, desde que es pensionado, mi colega parece uno de esos olvidados a los que


las raspaduras del tiempo han quitado el brillo, y, de pura casualidad, son fotografiados transitando por Beverly Hill de cubo en cubo de basura, rodeados de indigentes, aunque ellos no lo


sean. Ayer cité a Recesvinto en casa. Se presentó tarde y desaliñado, con pinta de 'podemita' entrado en años, con aire de rancio alcaldable que luce sus peores galas para embaucar


a sus parroquianos. Mi colega, antaño catedrático de copete, parecía un alma en pena, como Gene Hackman en su última etapa, y encima vistiendo ese chándal que no se quita ni a tiros.


Intenté obviar ese uniforme que para él es ya su túnica, y que combina con pleno desacierto pantalones de pijama con chaquetilla de cremallera o, en su defecto, sudadera. Pero, no lo juzguen


mal. Recesvinto, está solo en el mundo: Divorciado de mala manera de la madre de sus tres hijas, también docentes universitarias, que nunca le hicieron puñetero caso, y menos ahora que está


jubilado y no puede interceder por ellas en la secta académica, donde -por cierto- han colado gracias a él. En fin, mientras tomamos café, me contó Recesvinto que alguien le recomendó ir al


psicólogo para remediar sus melancolías varias. Y que, ya en consulta, el sagaz profesional le recetó un can. Sí, un perro. Uno de los de ahora: de los que no guardan ovejas, pero se


instalan en tu sofá y requieren muchos mimos. Una de esas mascotas que amenizan las veladas con sus ladridos; uno de esos sabuesos que, aun sin llamarlo, acude solícito a tu plato y tras


oportunos lengüetazos, babea en tu rodilla su gazuza; uno de esos tusos a los que solo falta hablar y que tanto decoran las calles con sus deyecciones. Y en esas está Recesvinto, en apañarse


o no un can. De moda están –convinimos ambos-, omitiendo la opinión de Arcadi Espada sobre las mascotas. Y resulta, además, que ahora los perros tienen alma y, claro, tendrán que vérselas


con San Pedro. Sí, estos seres ya no pastorean ganado (menudo atraso era aquello), ni trabajan para el hombre, sino que son servidos por las personas; son tratados como hijos y les ponen


nombres humanos, se les viste de Prada, reciben herencias y, muy pronto, gozarán de la Seguridad Social. ¡Qué menos!