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Pepe 'El Tomillero' una vez terminado el apagón le enciende una vela a San Transistor de Pilas, al que el pasado lunes rescató del sarcófago ... de los trastos viejos y al que
acabó elevando a los altares tras los servicios prestados con la complicidad de las Alcalinas -así, con mayúsculas-, ambas herramientas supervivientes al lifting digital que, en unas horas,
vio caer su reino y nos hizo pensar de qué nos ha servido tanta inversión en tecnología si lo que tenemos como lo último, lo más de lo más, nos dejó a dos velas sobre un precipicio en el que
pendíamos de un hilo, eso sí, eléctrico. En tan sólo unas horas, el homo sapiens del siglo XXI, ese que asegura tener todo con apretar un botón o con abrir la boca y hablar con Alexa para
pedirle desde un café hasta que lo ponga en contacto con Springfiel, capital de Illinois, retrocedió siglos y una amplísima mayoría de mortales contemporáneos se quedó más en blanco que el
pan de antes y, como decía un viejo profesor en el colegio, «con cara de vaca mirando al tren» aunque eso del tren mejor no menearlo en una Almería en la que un alto porcentaje de la
ciudadanía no se ha montado todavía en un bicho de esos y mucho menos lo ha visto pasar por su cercanía. El caso es que el lunes pasó de ser un día de inicio de semana a mirar todos al sol
por aquello de sentirnos iluminados y recargar baterías por lo que pudiera venir. Quien llevaba suelto hasta pudo adquirir un infernillo de gas; los más se conformaron con frotar la tarjeta
del cajero por si se producía un milagro y salía de ella el Genio de Aladino, pero no hubo suerte. Tampoco la tuvieron quienes, tras burlarse por la mañana de sus vecinos que iban al curro
en bicicleta, se quedaron sin poder recargar la batería del patinete y llegaron a sus casas después que los ciclistas. Mecheros, mistos, pilas, velas, cirios, bombonas de gas, barbacoas,
carbón e, incomprensiblemente, papel higiénico, volaron de las estanterías. Eso sí, siempre y cuando se dispusiera de cash, efectivo, dinero, billetes y monedas. Mal está que no se tenga
luz, pero todavía es peor no tener dos luces, que diría mi abuela y, tras el apagón, con la normalidad recién normalizada, se alzaron esas voces críticas que siempre se elevan ante cualquier
cosa que ocurre. Que llueve, mucho, pues se quejan; que llueve poco, pues también se quejan; que no llueve, pues lo mismo y, además, tras mirar las estadísticas acumuladas de años, sacan al
santo. Muchos de ellos, para colmo, demuestran una falta de empatía y de solidaridad apabullante. Quejarse de que Almería fuera una de las últimas provincias -o la última- en salir del
apagón, no deja de ser, ante una situación nacional global, una gilipollez. Desear el mal a otros -como parecía desprenderse de algunas declaraciones de representantes sociales y económicos,
por no incluir a los políticos que de ellos ya se sabe suficiente-, aparte de no ser cristiano, ni musulmán, ni judaico, ni hindú, ni budista ni sintoísta, no dice nada bueno de los
criticones locales, hijos de la queja permanente y del tiro de piedra con la mano o con la honda -a veces con las ondas- que emplean las palabras sin demasiado conocimiento de las cosas.