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Crecí en una pequeña aldea que apenas llegaba a esa denominación, su nombre técnico era diseminado, algo que no transmite claridad en su significado, como ... otras palabras al uso: mixto,
disolución o cosa. Vine a este extraño mundo al final de los años sesenta y lo que en otros lugares como pueblos o ciudades se disfrutaba con cierta normalidad, para los habitantes de ese
espacio geográfico suponía un desafío diario, me refiero a la luz eléctrica, básicamente a unas tristes bombillas que colgaban de los techos de viga y carrizo. Con un interruptor (perilla),
que a veces pegaba latigazos en forma de corriente a 125 voltios, se iluminaban las habitaciones en competencia con los candiles de aceite. La modernidad en el centro y lo clásico en los
laterales. Ocurría con frecuencia un fenómeno que hemos vivido esta semana, algunas personas por primera vez de manera relevante en su existencia, 'se iba la luz'. Y ahí aprendí
que había que tener siempre localizable una linterna para esos casos de necesidad. 'Luz, más luz', parece que dijo Goethe en su lecho de muerte. Mis padres, que vivieron y
superaron una guerra incivil y una famélica posguerra, siempre estuvieron marcados por el imperativo sentido de la previsión planificada. Se mantenía de manera constante, que yo consideraba
excesiva ya en los años ochenta, la infraestructura que componían una reserva de harina, legumbres y derivados del cerdo en aceite o manteca, junto a otros productos no perecederos enlatados
por si surgía un imprevisto. Nunca tuvieron el papel higiénico como producto imprescindible para tal reserva. Al pasarlas canutas queda una inevitable impronta de prevención ante la
necesidad. Parte también de la infraestructura la integraban pilas de recambio suficientes para las linternas –había varias- y para la radio. Y aquí es donde se me traspasó ese legado.
Siempre he tenido una linterna y pilas suficientes por si acaso y con la radio me levanto y me acuesto, tiene algo de amor, de amante. He recibido mofas en mi familia al tratarme como
anticipado apocalíptico, pero por fin un día de 2025 pude demostrar que estaba en lo cierto, como aquel 'Eureka' de Arquímedes. También coincidí con mis progenitores en no hacer
acopio desproporcionado de papel higiénico. Y me pregunto, si como en el momento que nos encerraron por un bicho invisible y contaminante durante varios meses y creímos entre ilusos y
motivantes que saldríamos mejores, cuando la realidad nos ha demostrado que retornamos como cabestros desbocados, si hemos aprendido algo. El personal en su pragmatismo empírico aprendía de
cada catástrofe no advertida y lo incorporaba a su acervo y vivencia. Tal vez producto de un momento de paro mental en el que se analizaban causas, pros y contras, como un recién salido de
la cueva después de un peligro -la vida iba en ello- para que en la medida de lo posible no se repitiera la posibilidad de ser pasto de otro mundo. Aquí hemos salido a ver si algo del
'enemigo' era el culpable.