Óscar o el caos | Ideal

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En agosto, mientras Franco pasaba sus últimas vacaciones como okupa del pazo de doña Emilia Pardo Bazán, los simpáticos humoristas de 'Hermano Lobo', una de ... las publicaciones


más inteligentes del humor español, sacaban en portada una viñeta que era fiel reflejo de la situación del momento: en ella se veía a un politicastro antañón de bigotillo y frac de los de


entonces, bien engordado por el régimen, arengando a la masa en un mitin. «O nosotros o el caos!», avisaba. El pueblo, harto ya de tanto abuso, eternamente cansado tanto de tiranos como de


vendehúmos populistas, respondía: «¡El caos! ¡El caos!». Y el trilero camastrón, con la chulería propia de cuarenta años de ordeno y mando, avisaba de que daba lo mismo, porque ellos también


eran el caos. Luego, al fin, llegó la democracia y España empezó a llenarse de colores alegres. Andalucía dejó de ser aquella tierra de jornaleros que servían al señorito de jaca torda y


bota sobre el cuello y comenzaron a soñarse las modernizaciones propias de un país que aspiraba a pertenecer al primer mundo. Teníamos ganas, teníamos esperanza, pero luego llegaron los


camastrones de este sistema disfrazados de ministros de Transportes y nos dimos cuenta de que, efectivamente, el caos también era ellos. El asunto viene esta semana –o cualquier otra– a


colación por la mala fortuna que ha tenido nuestra autonomía con los sucesivos ministros del ramo que gestionan los trenes, tanto de derecha como de izquierda; porque que la torpeza no


entiende de ideologías y todos son corresponsables de un déficit histórico de mantenimiento y renovación, de falta de previsión. Si no contamos Extremadura o Castilla, regiones que, por


momentos, parecen tan aisladas como los montes Urales, la situación resulta aún más llamativa porque nosotros vivimos mayormente del turismo. Por poner un ejemplo, en la última semana varios


trenes que conectan con Madrid vienen encadenando retrasos que han oscilado entre las dos horas y media y las cuatro horas, favoreciendo esa idea que tenemos del Ministro Óscar Puente: que


anda tan ocupado haciendo de guardaespaldas de Pedro Sánchez –es su hooligan más destacado– que no acaba de tener tiempo para encargarse de las tareas propias de un ministro de Transportes y


Movilidad Sostenible. Entre otras cosas porque a lo que mueve esencialmente es al cabreo y lo que sostiene es la inoperancia, esa incapacidad manifiesta que posee alguna gente para hacerse


el muerto cuando se requieren decisiones urgentes. Evidentemente, él no es quien ha robado los cables de cobre de las catenarias para venderlos al chatarrero de turno. Sin embargo, sí es


responsable de no planificar las inversiones necesarias para renovar la red, o al menos mejorar su mantenimiento. Además, en lugar de reforzar las plantillas para prevenir estas crisis


recurrentes, ha optado por aumentar la circulación de trenes de bajo coste sin adaptar previamente las infraestructuras para absorber ese tráfico adicional. El resultado es el hastío de los


usuarios, que solo desean desplazarse con normalidad y que ya están cansados de Puente: de la lentitud, de la precariedad, de las salidas de tono en redes sociales y de afirmaciones tan


desconcertantes como esa de que el ferrocarril vive «el mejor momento de su historia». Habría que preguntarle a don Óscar a qué territorio se refiere, porque aquí abajo, como siempre,


seguimos esperando sentados en el vagón de cola.