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Un año más llega el Día del Trabajo, y con él las manifestaciones, los discursos y las promesas. Sin embargo, poco cambia en lo esencial: ... miles de trabajadores que, pese a su esfuerzo
diario, no logran llegar a fin de mes. Un número creciente se ve obligado a sumar más de una actividad laboral para sobrevivir, reflejo de una precariedad que no se resuelve con palabras ni
pancartas. El problema no es solo la falta de empleo, sino la calidad del mismo. Son pocas las empresas que verdaderamente apuestan por aportar valor añadido, motor necesario para generar
riqueza y, en consecuencia, salarios dignos. La transformación económica del país, tan necesaria, avanza a paso lento, y la educación, clave para construir un futuro diferente, sigue anclada
en modelos que no responden a los retos actuales. Mientras tanto, el Día del Trabajo parece derivar cada vez más hacia lo político, alejándose del debate profundo que debería ocuparnos:
cómo dignificar de verdad el empleo, cómo formar a nuestros jóvenes para una economía de futuro, y cómo construir empresas más innovadoras y comprometidas. Porque trabajar debería ser, más
que un derecho, una vía hacia la estabilidad y el bienestar. Y hoy, para demasiados, no es más que una lucha diaria por sobrevivir. Límite de sesiones alcanzadas El acceso al contenido
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