Todos los chicos de la ciudad quieren ser faraones | la verdad

Todos los chicos de la ciudad quieren ser faraones | la verdad

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Recuerdo una noche de agosto, domingo, creo que del año 99. Había toreado Morante y Fernández Román, desde los micrófonos de Radio Nacional, lanzaba las ... campanas al vuelo: «Ha nacido el


Morantismo», repetía casi gritando, con un entusiasmo de debutante, como si hubiera descubierto la tierra prometida tras años de búsqueda. Escuchando el transistor y contagiado por la


emoción, al salir de mi cuarto me encontré a unos cuantos compañeros que celebraban por el pasillo del colegio mayor el Morantismo recién alumbrado. Por fin teníamos al héroe que buscábamos,


llevábamos tiempo desubicados generacionalmente, venerando a Pepín Jiménez y otras cuatro rarezas, contemporáneos de una generación de matadores muy comercial (de aquellos polvos estos


lodos), suspirando por una revelación. Y apareció Morante, rutilante, tan caracterizado como el que más, aunque jovencito y, presumíamos, frágil. No tardó en confirmarse. Domingo de Ramos en


Las Ventas con 6 toros 6, 2004. Allí le vimos entregarse y caer. Llevaba en el alma una pena. Se le veía, aunque no supiera uno muy bien qué era. Supimos de su terapia, durísima, de su


lenta y dolorosa recuperación, de su férrea voluntad de vivir en torero, de volver a entrenar y de salir a la plaza a sentir y hacer sentir. Morante volvía, aunque ya era distinto. Se había


convertido en leyenda sin haber muerto, y esto le hacía diferente de todos los demás. Tan bravo y valiente que no le dolían prendas en contar lo que le pasaba. Un hombre herido tan hondo


como profundo es el arte que sale del fondo de su ser. Para poder ser artista, para ver el toreo desde su burladero, tenía que pagar el peaje tremendo de la pena infinita. Ya daría igual lo


que hicieran los demás, nadie podría estar a su altura. Como en 'American Graffiti', todos los chicos de la ciudad querían ser Faraones. Aquel grupo de amigos, en la noche en la


que todo sucede, pasa el rito iniciático de la adolescencia a la edad adulta. Están en la encrucijada en la que hay que sacar fuerzas de flaqueza para tomar la decisión que cambia la vida,


la crucial, la que no puede retrasarse más. La mayor parte de las veces faltan elementos de juicio. Unas veces sale bien, pero muchas no. Hay que fiarse del instinto, estar muy seguro de lo


que uno puede esperar de sí mismo, ponderar la ambición, la capacidad, la voluntad de vencer... Un ejercicio complicadísimo. ES MORANTE, EL TORERO CON EL ALMA ROTA A QUIEN NO LE SALE MÁS QUE


LA VERDAD A BORBOTONES En mi caso, con más dudas que certezas, providencialmente encontré la solución –un poco críptica, eso sí– en un libro. Leía las memorias de Semprún, 'Los pájaros


de Buchenwald'. En un giro dramático –aunque esperado– le detienen en Francia por formar parte de la Resistencia y lo deportan al campo de concentración. Tras el penoso viaje, al


llegar, un soldado encargado del primer triaje (vida o muerte, nada menos) le pregunta enérgico por su oficio: «Was sind Sie von Beruf??». Y él contesta «Ich habe kein Beruf, aber eine


Berüfung», sosteniendo con un juego de palabras que no tiene oficio, sino una vocación, lo que le parece suficientemente ingenioso al soldado como para mandarlo al grupo de los que van a


trabajar, salvando su vida. Ahí me di cuenta. El rito iniciático, la encrucijada, 'American Graffiti', Morante y el arte, salvar mi vida entera. Todo dependía de encontrar una


vocación. Yo no necesitaba un oficio. Era imperativo encontrar algo que valiera mi vida al completo, que no me dejara vivir al margen de lo que fuera a elegir. Morante volvió a terapia.


Desapareció de los ruedos, a los que bajaba como quien baja al infierno. Habló para 'ABC', de nuevo, como un valiente. Electroshocks, amnesia parcial, dolor en el alma. Encerrado


en su llanto y en sí mismo, hizo lo que necesitaba para salir. Siguiendo su vocación, que es su vida, haciendo lo que sabía que la salvaría, toreó. Y hace unos días volvió a cortarle dos


orejas a un toro en la Real Maestranza de Sevilla armando un taco de antología. Por eso Morante es distinto. Por eso es una leyenda viva. Por eso el público sabe que lo que le sale delante


de la cara del toro no es trampantojo alguno. Es Morante, el torero con el alma rota a quien no le sale más que la verdad a borbotones. Al volver a ver a aquellos chicos de 'American


Graffiti', en retrospectiva –la película no deja de ser una retrospectiva en sí misma, está hecha para que sea vista como pasado– vuelve uno a pensar en su vida cuando era como ellos e,


inevitablemente, hace balance. La fuerza de la convicción y la vocación, como con Morante, se imponen en las dificultades, buena señal, aunque las dificultades son muchas. Los


'Cruceros de Roncesvalles', de Ortiz-Echagüe, nos siguen marcando el camino.