El hueco de matteotti en el congreso | la verdad

El hueco de matteotti en el congreso | la verdad

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Dijo Marx que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa. Es una verdad hermosa e incómoda, tan irónica como canalla. Será ... por eso que estos días estoy viendo


'M. El hijo del siglo', la serie sobre la saga literaria de Antonio Scurati que narra el ascenso y la caída del fascismo en Italia y de Mussolini, su creador. Ahí está Il Duce, un


ser atrofiado por el odio pero con un verbo vanguardista, original, con una fuerza capaz de cambiar el mundo, elevarlo y sepultarlo hasta sus estratos más indignos. La serie, como los


libros, enfrenta al espectador contemporáneo con la seducción del poder, con una estética elegante y el grito ahogado de una democracia que muere, a pasos agigantados, por inanición de sus


mecanismos de defensa, la pasividad de sus instituciones. Hay una escena que me conmovió, para después llenarme de indignación. Me refiero al asesinato de Matteotti, el diputado socialista


que enfrentó a los 'camicie nere' en el Parlamento y pagó su valentía con la vida. Mussolini dio la orden velada, ambigua, y sus esbirros actuaron con alevosía, a pleno sol,


sabedores de que Italia era ya su tablero de ajedrez y que los rivales jugaban sin reina ni caballos. Matteotti desapareció de la faz de la tierra y su escaño quedó vacío. Ahí estaba Il


duce, al día siguiente, con frac y micrófonos, sabiendo que su oponente había sido asesinado y enterrado en un bosque, prometiendo una investigación seria, aludiendo a la justicia como


manera de restaurar el crimen cometido. En la mesa de su despacho, Mussolini guardaba la billetera ensangrentada del pobre Matteotti. Cuando la viuda acude al Palazzo Venezia a pedirle al


líder fascista una cristiana sepultura para su marido, este mira a los ojos de la mujer y le miente. Jura que no sabe dónde está. El asesinato de Matteotti marca el punto de no retorno hacia


la dictadura fascista. El fin de la democracia. Aquello fue una tragedia, y comparar el pasado con nuestros días solo puede denominarse como farsa, lo digan los marxistas o sus porqueros.


Nos enfrentamos a enormes problemas como sociedad libre y democrática, pero culpar de todo a la extrema derecha, al fascismo renacido de las urnas y al descontento es, cuando menos,


banalizar uno de los episodios más negros del siglo XX. En España sufrimos otro tipo de totalitarismo, muchas veces confundido con el fascismo. Franco aspiraba a ser un Mussolini, pero se


quedó en otra farsa más de la historia. A cambio, obtuvo cuarenta años de anales, de inauguraciones de fuentes y de persecución y muerte a sus adversarios políticos. Es por eso que pocos


países en Europa como el nuestro para conocer las señales del totalitarismo. Y en pocos se utiliza la palabra de forma tan gratuita, tan fácil, confundiendo al ciudadano entre el todo y la


nada. Porque si todo es fascismo, nada lo es. Si cada acción de la oposición responde a una estrategia antidemocrática, ya no sirve la democracia. Este juego hemos aceptado desde hace al


menos una década. Bajo las sábanas del fascismo, a ojos de la izquierda hegemónica, han pasado políticos tan centrados como Albert Rivera y Mariano Rajoy, hoy tan añorados por su


centralidad. El pasado cura los excesos del presente, parecen decirnos algunos. Fascista es Feijoo en su inoperancia, en su condición de líder sin rumbo. Fascista en Abascal cuando pide, con


torpeza y oportunismo también, control migratorio. Justo lo que empieza a aplicar la Unión Europea. Fascismo es cualquier idea o proyecto que se salga del marco referencial que convenga al


gobierno. No es ni siquiera ideología. Ya quisiéramos estar debatiendo en el ámbito de las ideas. Se trata de oportunismo. De infundir miedo sobre un peligro real para ganar elecciones. La


política del miedo. El miedo a hacer política real. Pero la escena de la viuda de Matteotti en el Parlamento italiano y de Mussolini prometiendo justicia es mucho más que una advertencia.


Esta misma semana se ha producido en el Congreso español una escena que referencia a Marx, con su farsas históricas. Se trata de Mertxe Aizpurua, portavoz del Bildu, dando lecciones de cómo


debe de ser la prensa libre en este país. El suyo. El nuestro. La hemeroteca es más trágica que farsa, siguiendo a Marx. Aizpurua fue editora de Egin, el brazo periodístico de ETA. El día de


la liberación de Ortega Lara, su periódico titulaba: 'Ortega vuelve a la cárcel' con trágica ironía, y lanzaba una amenaza: «Ante la euforia de las fuerzas del Pacto, la izquierda


abertzale advierte de la resaca». La resaca se desató unos días después, con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Hoy, los instigadores de su asesinato, los colaboradores de


cientos de atentados en toda España, se sientan en el Congreso, mantienen la mirada a los familiares de las víctimas de ETA y deciden leyes tan importantes como la de Memoria Democrática.


Por eso, cuando nos digan que hay que aprender de la historia sepan ustedes que lo que hemos venido a hacer aquí es ocuparnos de la farsa.