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_“ME ZURRARON POR TODAS PARTES. ERA GIBELINO PARA EL GÜELFO, GÜELFO PARA EL GIBELINO”._ Michel de Montaigne, Ensayos. No consigo encontrar en el _asunto catalán_ nada que pueda resultar de
interés salvo el efecto secundario, y sin embargo notable, de haber sacado a flote nuestra rudimentaria cultura política. No en balde el fervor de los creyentes que a uno y a otro lado de la
_frontera_ enarbolan sus doctrinas confirma nuestro deprimente destino. Unos claman al cielo y otros alardean con prepotencia. Y es sorprendente el modo en que cada uno invierte las tornas
alardeando o clamando según convenga o parezca inclinarse la balanza a su favor. Las virulentas acusaciones de uno y otro bando, y no digamos los reproches de las bandas atentas a su toque
de corneta, son réplicas tan veraces como voraces. Cada uno mete el dedo en la llaga ajena y lo hunde con saña. Si el trastorno actual consigue soltar a nuestros demonios familiares camparán
a sus anchas los inquisidores y comisarios del eterno tribunal. Su propósito será azuzar a la multitud de adictos a la causa y amenazar a los disidentes, cancelar las convenciones
cosmopolitas y dar rienda suelta al furor bramante que desfila con banderas recién bordadas. El griterío que hemos oído regresar a calles y emisoras ha hecho visible la desdichada herencia
de nuestro país. Después de cuarenta años de satisfecha complacencia he aquí que, al llegar la hora de conmemorar las elecciones de 1977, parece que se vuelve al punto de partida. El apego
sentimental a la mística de la _guerra civil_ ha brotado mordazmente (una pulsión que vemos palpitar en el oscuro cerebro colectivo) y de nuevo nos encontramos con una sociedad incapaz de
ahuyentar a sus fantasmas (en el doble sentido de la acepción), administrar sus conflictos, encauzar sus polémicas y canalizar su brío con la astuta paciencia de la política. Las
instituciones ven salpicada la credibilidad de su imagen pues ha quedado a la intemperie su aspecto instrumental. Adaptado durante cuatro décadas a la lógica del partido político dominante,
el edificio institucional no ha conseguido una autoridad propia, un respeto solvente y libre de toda sospecha. Aunque parezca asentado en la arquitectura constitucional, el edificio se
tambalea a causa de la violenta sacudida de la insurrección independentista, pero también por nuestra incapacidad de perfeccionarlo. Los sibilinos enunciados de la democracia (elaborados
tras un milenario y doloroso ensayo) no encuentran cobijo entre la ciudadanía. No se ha interiorizado la inteligencia convivencial y cualquier disputa delata lo que hierve en las tertulias
radiofónicas y televisivas: el anhelo de amordazar al contrincante. Con sarcasmos, bufidos o exabruptos, nerviosismo y ansiedad, los tertulianos soportan a regañadientes la razón política de
cada cual. Se intenta disimular, pero nunca se consigue camuflar el verdadero afán: hacer callar a los demás. > _«SI EL TRASTORNO ACTUAL CONSIGUE SOLTAR A NUESTROS DEMONIOS >
FAMILIARES CAMPARÁN A SUS ANCHAS LOS INQUISIDORES Y COMISARIOS DEL > ETERNO TRIBUNAL.»_ El fundamento psíquico de esta ridícula ferocidad tribal es siempre el mismo: la ingenuidad. Un
estadio de la evolución que sobrevive indemne al influjo de los tiempos modernos. La belicosidad de los íberos, la celopatía de los godos, la envidia de las taifas, el empecinamiento
carlista, la petulancia ignorante de la corte, la pendencia futbolística y el egoísmo autista de las autonomías, propician el mismo instinto de la mentalidad primitiva. Cuando la televisión
emite las imágenes de los mítines electorales produce rubor lo que dicen los candidatos y pasmo el cándido entusiasmo del público. ¿A quién diantres aplaude la multitud arrebatada? Sea cual
sea la rampante retórica de los oradores el objetivo es asombroso: que la muchedumbre celebre al monigote de una supersticiosa pasión. Entre un festival electoral y el siguiente apenas se
encontrará nada más. Cuando llega la hora de hacer política -reconciliar las contradicciones de lo posible, asumir la urgencia de lo imposible, ponderar los inconvenientes de lo inevitable,
adoptar la guía de la razón, formular el dictamen del sentido común, administrar la complejidad…-, cuando toca dar al humanismo las herramientas de una ingeniería inteligente, resulta que ya
no hay nadie y nadie escucha ya la jerigonza de los que a ojos de la opinión pública son unos mamarrachos tibios, blandos o traidores. > _«AL FIN Y AL CABO, PARA ESO ESTÁ EUROPA: PARA
COPIAR LO QUE HA > INVENTADO EL VECINO.»_ Que el balance de cuatro décadas de cultura política española haya coincidido con el estallido del _asunto catalán_ debería incitar un amplio
movimiento de rehabilitación y aglutinar líderes dotados con la sutileza y perspicacia del gran arte. Como no esperamos de ellos un inmediato derroche de imaginación, les sugeriremos imitar
la mecánica constitucional que regula el sistema en Francia y Alemania (en su aspecto jurídico, cultural, educativo y de cohesión social). Al fin y al cabo, para eso está Europa: para copiar
lo que ha inventado el vecino. En la medida en que expresan la oposición de los contrarios, los conflictos nunca se resuelven. Sólo se superan. Y olvidan. En caso contrario, regresan una y
otra vez a perturbar la paz civil. Para afrontar este proceso hace falta una destreza educada en la mejor escuela política: adoptar la cultura del pensamiento crítico, una ética libre de las
vulgares tentaciones que han sobornado la vida española y fuerza de espíritu para alentar las mejores cualidades del ánimo colectivo. Pero sobre todo hará falta tomar una formidable
decisión: la renuncia a la ilusión de la victoria. Lamento contrariar a los incautos, desmentir a los crédulos y decepcionar a los optimistas, pero la sociedad moderna no puede subsistir
derrotando al adversario (sea real o imaginario). La victoria tan solo aplaza el retorno del conflicto. De ahí que un diálogo inteligente requiera descartar de antemano el desfile de los
vencedores y la humillación de los cautivos. Siento decirlo, pero si queremos restaurar el equilibrio de una nación moderna será necesario que cada uno de los bandos enfrentados en el
_asunto catalán_ se extirpe el _franquismo_ enquistado en sus entrañas. Pues su endemoniada visión del mundo como campo de batalla entre amigos y enemigos ha envenenado hasta lo indecible
nuestra pobre, rudimentaria y primitiva cultura política.