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Cuando Cielito Jackson compartió la mesa con sus compañeros filipino-estadounidenses en 1985 en su primer destino —Fort Drum, Nueva York—, tuvo una sensación de camaradería. Esta tradición
la seguiría a medida que la trasladaban de un destino a otro, incluso en el exterior, en países como Alemania, Bosnia e Irak. A pesar de estar lejos de su hogar, la tradición de disfrutar de
la cocina filipina y conversar en su idioma natal le daban una sensación de bienestar. “Hay una particularidad filipina llamada ‘bayanihan’ (unidad comunitaria) que, junto con la
hospitalidad, son prominentes en los valores fundamentales”, explica. “Tenemos una broma que dice que si invitas a uno, esa persona invita a uno o dos y así sucesivamente”. Para Jackson,
actualmente retirada con el grado de sargento mayor, estas reuniones iban más allá de preparar comida a la parrilla. Significaron el poder que tiene una comunidad y la capacidad de superar
obstáculos durante una carrera militar de 32 años. Hoy, como defensora de las mujeres en las Fuerzas Armadas, Jackson, de 54 años, subraya el significado de la camaradería, que, en su
opinión, tiene un profundo impacto en los soldados dentro y fuera del campo de batalla. SUPERANDO LOS ESTEREOTIPOS DEL SERVICIO MILITAR Jackson se mudó de Filipinas a Estados Unidos cuando
era adolescente y se incorporó al Ejército en 1985 por dos motivos: para retribuir al país que había acogido a su familia y para procurar una educación. “Había estado en el país solo dos
años”, dice. “Así que tenía acento. Acababa de terminar la secundaria Era muy joven. Todas esas cosas convergieron de algún modo”. En 1990 aceptó un puesto como asesora de carreras
profesionales para el Ejército. “Mi responsabilidad era retener a nuestros soldados”, dice. “Si deciden que quieren dejar el Ejército, entonces también les aconsejamos que pasen a la Reserva
para poder continuar el servicio”. Al principio, Jackson encontró escepticismo y desaprobación; algunos la etiquetaban como burócrata de oficina, alguien que probablemente nunca
experimentaría el combate. Para empeorar la situación, un empleado civil llegó a sugerir que su función era insignificante e innecesaria. A pesar de todo, ella perseveró. En 1995,
sorpresivamente, la destinaron a Bosnia. Eso significó dejar a su hija de 5 años, a quien habían operado recientemente, al cuidado de su abuelo enfermo.