Santi Gigliotti: Morantear

Santi Gigliotti: Morantear

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Compareció el torero de todos los tiempos en el albero de Madrid luciendo fajín y corbatín verdes. Era miércoles de cenizas abocadas a convertirse en pavesas de lo absoluto. EL DE LA PUEBLA


DIBUJÓ SOBRE LA ARENA LA CRUZ DEL DESTINO Y SABOREÓ SUS PROPIOS ... LABIOS. Hay en los genios gestos, miradas y andares que advierten de que van a voltear la normalidad, a fundir en oles las


manecillas del reloj. Alarmas de lo extraordinario, ademanes premonitorios, tímidas alertas de que se han levantado con la inspiración chisporroteando en la planta del pie correcto, con las


musas dispuestas a incitarles a que pasen por los cuartos de la Historia. En mayúscula. Andaba José Antonio con el capote, rumbo a dictarle la Biblia del toreo al Seminarista de


Garcigrande, cuando en POLONIA una marea casi del mismo color del envés de su capa flamenca entraba en capilla, cantando estrofas de amor bajo el aguacero. Disolvía los miles de kilómetros


de distancia el lazo de la mística de sendas citas, que conjugaba en una comunión hechicera lo que ocurría de una punta a otra del continente. Brujería en esas verónicas pausadas que mecían


la plasticidad del que domaba la perfección con las yemas de sus dedos. Brujería en el ejército de la ilusión que componía un retablo de pieles engallinadas dispuestas a noquear a la


incertidumbre. Manicomio en los tendidos, manicomio en las gradas. Los vientos de la locura oscilaban haciendo bailar las enaguas de las cositas que no se pueden explicar porque no se pueden


entender; el primor ni se enseña ni se aprende, se vive cuando se tiene la suerte de tenerlo enfrente. Ratitos de gloria en los que uno solo puede entregarse al misterio, que es donde se


cobija todo lo diferente, lo que merece la pena paladear. MULETAZOS A CÁMARA LENTA QUE ENGOLLIPABAN A LA PLENITUD, que desmayaban a los duendes. Tandas que mareaban a Stendhal, naturales


blancos, inmaculados. Compás, estética, trincherazos de Wagyu. Y los gatos entregados, sabiendo que ya les sobraban las siete vidas, renegando de buscarle los tres pies al chamán que


redondeaba su plaza. Se consumó el disloque, pero llegó un presidente bullanguero que se propuso descabellar la euforia, que quiso porfiar con la posteridad. Negó la segunda oreja porque


también se atrevió a negar la primera. El público al unísono clamaba contra el atraco. Al igual que el equipo de sus entretelas, el dios del toreo contemporáneo se marchó sin trofeos, pero


con la gloria de lo imborrable tras sus pasos. Su imagen sentado en las tablas, de espaldas al coso, fumándose absorto un pitillo mientras exhalaba el humo de la injusticia fue el presagio


de lo que vivieron miles de béticos. SI EL BETIS NO ES FÚTBOL, PORQUE ES BALOMPIÉ, MORANTE NO TOREA, MORANTE MORANTEA. Hay grandezas tan rotundas que exceden a los títulos. Ganar también es


torcerle el brazo a la derrota.