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En el pasado remoto, en un día impreciso que no alcanza el calendario, en una fecha de la noche de los tiempos, hubo un momento ... en que los de nuestra especie decidimos caminar erguidos.
Fue entonces, al abandonar las cuatro patas, cuando descubrimos las ventajas de vivir en grupo. Por arcaicas que fueran aquellas comunidades ya ofrecían los beneficios de cierto orden social
dentro del caos de lo instintivo. Coincidiendo con aquel acontecer, quizá en la misma jornada, tuvo lugar el primer gesto compasivo de mirar atrás ante el prójimo caído. Fue ese el instante
en que nació la Humanidad y surgió la necesidad de empuñar algún signo distintivo que permitiera diferenciarnos de otros congéneres también agrupados en su propia tribu. Es probable que
aquella señal distintiva del clan presidiera la entrada de la gruta ceremonial y que de su estampación rupestre saltara al cuerpo y vestimenta de los integrantes del grupo. De modo que sus
integrantes se identificaran con aquellos trazos rudimentarios, y que de ese símbolo hicieran su enseña. Más que un adorno un signo de pertenencia lleno de significado. Bien, pues esa
sensación de viaje arcano y esa percepción de vínculo con un grupo reconocible, la tuve hace poco al visitar la exposición de las Banderas Históricas de España, que hasta el 11 de junio
puede visitarse en el Castillo de La Guardia de Jaén. Del mismo modo que una foto de tu madre no es tu madre, pero se la respeta por lo que representa, aunque solo sea un trozo de papel.
Igualmente, los emblemas nacionales. Vengo con ello a indicar que los símbolos no son exacta y cumplidamente la patria, pero la representan y si bien inicialmente cumplían una mera función
diferenciadora, han ido incorporándose al acervo común y a ese conjunto de cosas valiosas no por lo que son en sí mismas (un trozo de tela), sino por lo que simbolizan. En las banderas y
enseñas, en su orden cromático, late la carga emocional de lo figurado. Son símbolos que, bien mirados, nos acercan conceptos o categorías que sobrepasan al individuo aislado. Más aun cuando
en la evolución humana si una cosa hay cierta es que las personas somos seres sociales, y quizá ahí radica nuestra fortaleza como especie. No se olvide que somos aquel homínido cuyo salto
evolutivo vino dado por la capacidad de abstracción y de imaginar, de crear signos que fueran útiles al grupo. Por eso, más allá de las distintas coyunturas y de las concretas
circunstancias, conviene mantener en sitio visible -y preferente- los signos o emblemas que en momentos dados nos permitieron avanzar como colectivo. Así que, si pueden, no se pierdan el
recorrido por las 24 enseñas que la Subdelegación de Defensa de Jaén enarbola en el Castillo de La Guardia. Y más ahora que crujen las cuadernas de la nave del Estado, ahora que la
demolición constitucional es más que una amenaza y ante la crisis de percepción extendida en los absurdos tiempos que corren.