Del toro gana en un giro que es cosa de tres | las provincias

Del toro gana en un giro que es cosa de tres | las provincias

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Que la juventud es algo que se pasa con los años es algo que lo saben todos salvo los jóvenes, que se creen inmortales, eternos, ... aunque un tiempo después se den cuenta. Isaac del Toro es


joven, y como todos los de su edad, se cree inmortal, eterno. Todavía no sabe del todo medir lo que le conviene, aunque para los observadores externos, eso no deja de ser una bendición,


porque vive el presente, no tiene en cuenta el futuro y, además, sus cálculos audaces le pueden salir bien. Los anhelos a veces se cumplen. «Soñaba con poder ganar una etapa con la maglia


rosa». Lo ha hecho. Un día complicado, en el que los más veteranos como Carapaz, valiente, pero con muchas batallas en sus piernas, prefirió calibrar sus fuerzas y ascender hacia lo alto del


podio escalón a escalón. Va a ser divertido. La prueba para el líder era el Mortirolo, ese puerto de montaña temido, y muchas veces odiado por los ciclistas. Antes en el Paso Tonale, la


frontera natural entre el Trentino y la Lombardía, entre cascadas de agua helada y restos de fortificaciones defensivas, líneas de frente entre Italia y el imperio Austrohúngaro, el pelotón


iba perdiendo corredores como las uvas maduras que se desprenden del racimo. Uno de los primeros fue Juan Ayuso, alma en pena, perdido mucho antes de que el Tonale comenzara a herir las


piernas, con más de cien kilómetros por delante, que acabó en los abismos de la clasificación, a casi 36 minutos de Del Toro. Solo 21 ciclistas acabaron a su estela. La rodilla le duele


desde la caída en los caminos de tierra en Siena. No ha podido ser, pero sufre y sigue en la carrera. Pero los relatos ciclistas suelen hablar de los triunfadores, y no de los derrotados, y


quienes pretendían que se escribiera una epopeya sobre sus hazañas esperaron a ese Mortirolo traicionero, escenario de gestas increíbles y también de derrumbes apocalípticos, para comenzar


el duelo. Por delante, la escapada multitudinaria empezaba a perder piezas y ventajas. Solo quedaban Eulalio y Bardet; por detrás, Pellizzari quiso ser valiente con un hachazo al que


respondió Cepeda, lugarteniente de Richard Carapaz, que se soldó a su rueda como quien tramita un expediente en la oficina. Las exigentes rampas de los últimos kilómetros ahogaron al resto,


con las piernas inundadas de ácido láctico. Del Toro, pese a su juventud y su energía, no pudo seguir la estela del ecuatoriano en un principio, y se unió a Bernal, más experto, más pausado,


para marcar un ritmo sostenible, que poco a poco cerró el hueco. Pero quedaban dos kilómetros hasta la pancarta de la montaña, y Carapaz, espíritu guerrero, volvió a lanzar otro ataque.


Entonces ya no hubo respuesta. Simon Yates, por detrás, enlazó con Del Toro. La colaboración entre ambos y sus equipos, permitieron que la diferencia de 14 segundos en la cima no fuera a más


en el peligroso descenso por cuestas empinadísimas en las que sufren los frenos, aunque ahora sean de disco. CONTROL DE LOS FAVORITOS En la vanguardia de la élite, porque delante todavía


quedaban algunos, Carapaz, Steinhouser, Pellizzari y Einer Rubio emprendían el camino hacia Le Motte, la última tachuela en el camino, que a estas alturas del Giro puede ser una pared


insuperable, como le sucedió a Miguel Induráin en 1994, en el Vallico Santa Cristina, allí a dos pasos, después de dar una exhibición en el Mortirolo. Todo el camino de ascenso, sin


descansos, y atrás, mejor organizados los domésticos de Del Toro y Yates, acabaron por enlazar a 22 kilómetros de la meta. Quedaba la incógnita para la subida final y el descenso hacia la


meta. Saber quién pagaría más la fatiga, si a Del Toro le pasarían factura los kilómetros o a Carapaz los excesos atacantes. Subieron todos juntos, con Majka arrastrando al líder y el


aspirante ecuatoriano siempre muy atento. A un kilómetro de la cima, Del Toro se quedó sin ayuda, tenía que hacerlo todo por sí mismo, así que tiró de juventud, se creyó inmortal, eterno y


atacó a Carapaz, que se defendió bien. Los demás, atónitos, se quedaron clavados. Coronaron juntos, se lanzaron desbocados hacia la meta y en el camino se encontraron a Romain Bardet, que


apura los últimos días de su último Giro, cerca ya de la retirada. Empieza a llover, pero siguen trazando las curvas con temeridad, y a un kilómetro, en una de ellas, Del Toro, todo juventud


y valentía, se despega de sus perseguidores, coge unos metros y, con una reverencia versallesca, celebra su soñada victoria vestido de rosa. «Hoy me di cuenta de que nunca me rendiré.


Siempre intentaré ganar. No tengo nada que perder. No fue más fácil que ayer», confiesa. Carapaz, tercero detrás de Bardet, pierde unos segundos, pero asciende ese escalón hasta el segundo


puesto de la general, a sabiendas de que ya no es un chaval, y aunque las fuerzas estén más justas, no cometerá pecados de juventud. El Giro es todavía de tres, porque Simon Yates sigue ahí.


Quedan las etapas del viernes y el sábado. Y serán apasionantes. Mientras cavilan los hombres del podio sobre estas cuestiones, llega Ayuso 35 minutos y 42 segundos después. Será otro año.