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Las crónicas que describen las epopeyas de los años cincuenta, de principios de los sesenta, eran verdad. Existió ese ciclismo que contaban los narradores de ... entonces, cuando no había
televisión y el lector de periódicos, el oyente de radio, debía fiarse de su palabra, de lo que dijeran las páginas ahora amarillentas o los boletines horarios. Exageraban, no puede ser, era
la opinión general de quienes volvían a esas crónicas homéricas en la profundidad de las hemerotecas. Pero no. Aquellas gestas que contaban eran ciertas, y de vez en cuando se repiten. Como
en la descomunal etapa de Sestriere, la que tenía que decidir el Giro y lo hizo, aunque no de la manera en la que se esperaba. Porque el 'Senza Fine', ese trofeo dorado que
acompaña a la maglia rosa, se lo llevará Simon Yates. «No ha ganado el más fuerte, sino el más inteligente», apuntaba Richard Carapaz ofuscado, en principio el aspirante más cualificado para
retar a Isaac del Toro, que según el ecuatoriano: «No ha sabido correr. Al final él perdió el Giro». Tal vez solo sea justicia poética. Lo que la Finestre le quitó a Yates en 2018 se lo dio
siete años después. Entonces era líder y se hundió entre el asfalto y la tierra a beneficio de Chris Froome, un ataque largo y sostenido. Mucho más viejo, y también más experto, recuperó lo
que consideraba suyo. «Me dije: tengo que cerrar ese capítulo, debo hacer algo». Y lo hizo. Una tarea titánica para desbancar a sus oponentes, una labor impecable de equipo, con Wout van
Aert esperándole en la bajada para incrementar una ventaja todavía exigua en la cima. «No hemos hecho nada de lo que estaba previsto», se lamentaba el viernes. Un día más tarde, todo lo
hicieron bien en el Visma. Cuando Del Toro y Carapaz supieron que el descomunal ciclista belga aguardaba a su líder, perdieron la esperanza. Todo empezó mucho antes, y no en kilómetros, que
los 19 del ascenso no son demasiados en términos relativos, pero sí un mundo cuando se decide una carrera entre las 45 curvas de herradura que conducen hasta la cima. Encendió la chispa
Carapaz. Su equipo había llevado el ritmo de la carrera, vertiginoso hasta tal punto que en un descenso cinco de ellos estuvieron a punto de irse por un barranco. Les salvaron los frenos de
disco. Se había empezado a subir la decisiva Finestre cuando arrancó el ecuatoriano. Sin encomendarse a nadie. Intentó seguirle Arrieta, fiel escudero de Del Toro, y el líder pareció dudar
en un principio pero después aceptó el cuerpo a cuerpo. En las imágenes de la televisión se observaba al fondo, como un borrón, el maillot amarillo de Yates a mucha distancia. A su ritmo.
Apretaba y apretaba Carapaz entre los espesos bosques que bordean la ruta, bravo en su insistencia. De Toro aguantaba bien, en apariencia. El corredor del EF se desesperaba, lo volvía a
hacer, pero cada vez que miraba hacia atrás veía la sombra rosa. Llegó a su ritmo Yates, con las ideas claras, nada de tacticismo. Un respiro y el ataque al dúo. Respondió Carapaz y el líder
mexicano seguía ahí. El británico repitió una, dos veces. A la tercera se distanció y el ecuatoriano no respondió. Miró hacia atrás para ver la respuesta de Del Toro. Ninguna. Se paró el
segundo de la general, desistió al no encontrar colaboración, aun con su plaza en peligro. Posiblemente sabía ya que el Giro podía saltar en pedazos, que no ganaría él, que ya lo ha ganado
una vez, pero tampoco el inexperto mexicano. Nada de trabajar para él sin recompensa; por detrás llegó Derek Gee. Sus acelerones redujeron la distancia, pero Del Toro no se sentía en
peligro. No contemplaba colaborar con Carapaz. Su posición no parecía estar comprometida. Pero sí que lo estaba. Cuando la ventaja colocaba a Yates como líder virtual, al mexicano le
pidieron que espabilara. Tanta sangre fría no era buena para conservar la camiseta rosa. CORTEJO FÚNEBRE Pero el ritmo de Yates mantuvo la diferencia en el asfalto y la aumentó en la tierra.
En la cima de la Finestre, 1:40 sobre la extraña pareja, todavía asumible. Cuando Yates perdió el Giro en 2018, Del Toro era un chaval de 14 años. No lo vio en su casa de Ensenada, ni
aprendió la lección. En el descenso, Van Aert exhibió sus dotes de percherón, tirando de Yates. En el llano, hasta las faldas de Sestriere, dio una lección que Del Toro no olvidará. Menos
todavía la negativa de Carapaz a colaborar cuando ya parecía todo perdido. En la ascensión se tenían miedo el uno al otro; en los últimos kilómetros formaban parte de un cortejo fúnebre,
porque Yates llegó tercero a la meta, por detrás de Chris Harper y Verre, y con más de cinco minutos de ventaja sobre Del Toro. El Giro está sentenciado. En Roma se vestirá de rosa un gran
Simon Yates.