Revistas, vino, el tajo y tú | la verdad

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El señor embajador advierte que se callará hasta que pase el avión. Por encima del palacio Palhavá, sede de la embajada de España en Portugal, ... pasan los aviones muy bajo, ya llegando al


aeropuerto. El ruido es muy fuerte y hace pensar que nuestro hombre en Lisboa no debe poder dormir. Prosigue cuando el 747 de la Tap ya no se ve y apenas se le oye. En el césped de los


esplendorosos jardines bebemos y charlamos sobre ARCO, el motivo que nos trae aquí. Tiempo sin vernos, besos y, hacia dentro, la constatación de que aquella está más gorda, ese más viejo y


el otro se ha puesto pelo. Vais a abrir en Madrid, enhorabuena, este cáterin es el mismo que el de la embajada de París, debe haber un menú protocolario. Muntadas lleva cuello Mao y


promociona su expo en la ciudad, Maribel habla con todos, ríe y transmite alegría, el agregado cultural reparte tarjetas. Cuando nos vamos el tono de las conversaciones ha subido y las risas


son carcajadas. La irreal vida de unos galeristas es tan real como la borrachera que muchos llevan y que se estirará hasta las tantas de la mañana. Récord de tiempo de montaje, 25 minutos y


a comer pescado al último bar del puerto. Santi, Bernardo, Teresa, Giulia, Sonia, Fod, Carolina y yo. Robalo es rodaballo, aquí no fuma nadie, a ver si aquellos tienen un cigarro. Esto es


como Santa Lucía, en Cartagena. Más risas y mucho sol. Prometí aprender portugués pero este año no ha sido posible. De vuelta al piso que tenemos alquilado en el barrio de Ajuda, encima de


Belém, preparamos la ropa para la fiesta que esta noche nos dará la Fundación Gulbenkian. Al contraluz de la ventana la silueta de mi socia, del amor de mi vida, me cuenta todos estos años


en un solo flash de la memoria. El barrio, tras ella, se desliza suavemente hasta el Tajo, inmenso y azul, omnipresente incluso cuando no se ve porque el mar huele a buenos tiempos y a


verdad. NO EXISTE EN EL MUNDO MEJOR LUGAR QUE LA CAMA CUANDO TODOS LOS DEMÁS BAILAN Más gente, más discursos y Paula Rego con Adriana Varejao. Hablar y beber pero yo solo quiero ir a casa


con Carolina. Los jardines de la Gulbenkian bajan la noche entre verdes y colores de seda en los vestidos de ellas. A ti te saludé anoche ¿o tal vez fue a otra? Todos van a comer ostras pero


nosotros, casi a escondidas, nos vamos al apartamento. Mientras la ciudad es el escenario de la vanidad nosotros, en pijama, vemos una peli vieja de Clint Eastwood y comemos pasteis de


Belém comprados en la pastelería buena, la de los azulejos. No existe en el mundo mejor lugar que la cama cuando todos los demás bailan en discotecas o compiten por hablar o beber o poseer


más que otros. Y la inauguración. Sonia Navarro en gloria, grandes jarapas en un mar de gente. El embajador pasa con su señora. Luego la ministra de Cultura, asediada por la prensa, que no


termina el recorrido. Amigos portugueses y americanos, Julio y Adolfo de Sevilla, que son divinos y el cóctel de tarde. Alegría fulgurante cuando llegan Carlos y Pili, la fiesta en el patio


de la Cordería, donde sucede la feria, es la mejor que se da en una feria de arte. Basilea será más top, México más canalla pero esta tarde de calor en ese edificio que te engaña, haciéndote


creer que estás en Venecia, es la mejor. Es prácticamente una bacanal en la que la comida y la bebida nunca se han agotado, con esos bocadillitos de ternera en salsa maravillosos, que


tienen un sabor único pero más nervio que Miguel Fructuoso, y champán más allá de lo deseable. Y fiesta en el MAAT, Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología. Es una antigua central


hidroeléctrica a la que, igual que en Lorca, llaman fábrica de la luz. El edificio, tan bonito, está iluminado de abajo arriba y hay un DJ. La fiesta sorprende pero, hace unas semanas,


Carolina y yo dimos una mejor a los pies de la muralla de Verónicas. Entre tanta gente guapa, con el torreón imponente, no sabías si estabas en Córdoba o Bagdad. Pero no, estabas en Murcia y


empezaba una dieta de cócteles que, con el presente, sumaban 8 en cuatro ciudades. Prácticamente nos hemos alimentado de canapés y alcohol dos semanas. Una revista de crítica cultural


mítica portuguesa, Electra, regala ejemplares. Están en portugués. No puedo evitar que el erasmus que hay en mí agarre cuatro ejemplares. Carolina me pregunta, ¿te vas a llevar a España 6


kilos de revistas? La pregunta sobra, sabe que sí, me dedico a mover papel impreso por los países a costa de la salud de mi espalda. Y nos vamos a casa paseando junto al Tajo que ahora es


negro. Cruzamos un puente elevado sobre la carretera de Belém y hablamos de la vida y del día. No hemos dejado de hablar nunca, siempre ha habido un tema. El silencio no existe entre


nosotros, si lo hay lo hemos forzado. Con una mano sujeto las revistas, la otra la lleva ella dirigiéndome por un camino de luz que huele a mar como esta ciudad que tanto amamos, que es


parte de una vida que un día se acabará pero habrá merecido la pena vivir.